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Las restauraciones que faltan

El país conmemora hoy el 156 aniversario del estallido de un movimiento popular y militar envolvente que, al cabo de dos años de acción y resistencia, desde 1863 a 1865, logró restaurar la independencia real de la República Dominicana.

Este victorioso capítulo de luchas fue el más relevante luego de que se proclamara el nacimiento de la República, como nación libre e independiente de Haití en 1844, y los sucesivos levantamientos armados que intentaron reponer tan honroso blasón luego de la anexión de nuestro territorio a España.

Desde entonces, los dominicanos han librado luchas por preservar la soberanía, pero más que nada por vivir en libertad y democracia, lo que ha podido experimentarse, con sus fallas y aciertos institucionales, en los últimos 50 años.

Hemos podido configurar un Estado de derecho, social y democrático, como lo consagra la Constitución desde el 2010, pero aún falta mucho trecho y mucha calidad de sacrificio para cristalizar esos altos propósitos.

Es preciso fortalecer el papel de los poderes públicos como entes independientes que se controlan entre sí, y superar las debilidades institucionales que han impedido que el Estado funcione balanceadamente.

Los poderes judicial y legislativo, en quienes descansan las responsabilidades de hacer las leyes y que se cumplan, tienen el deber de restaurar esas capacidades, mientras que al poder ejecutivo le corresponde llevar el timón de las ejecutorias destinadas a promover el bienestar del pueblo y defender la soberanía y la existencia de un país con libre determinación para decidir sus políticas internas y externas, sin la injerencia de otros.

En lo que concierne a la sociedad misma, es preciso restaurar los valores que inspiran el amor a la patria y cerrar el paso a tendencias que intentan debilitar la moral, las sanas costumbres y los fundamentos de este Estado de derecho, social y democrático, base de principios innegociables y sagrados que modelan y confirman nuestra identidad nacional.

Demasiadas luchas, demasiada sangre y discordias intestinas han teñido este largo camino desde la Independencia de 1844 y la restauración de la República en 1865, como para que malogremos ese legado de sacrificios, capitulando con nuestros valores esenciales como nación.

Jamás debemos permitir que los fundamentos de la democracia y las herramientas políticas y legales llamadas a mantener las libertades públicas sean violentados, opacados, manipulados o sencillamente disueltos por las ambiciones de políticos y otros sectores de poder, para su propio aunque efímero beneficio.

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