El malestar de fondo
Anímicamente, esta es una sociedad que vive en desconcierto, anonadada por la espiral delictiva, la desilusión de los jóvenes que no encuentran empleos y la incertidumbre que arropa a los que ni siquiera pueden vivir dignamente con los salarios o ingresos que perciben.
Por lo pronto, la mayoría vive en una atmósfera de miedo, cuidándose más de la cuenta de que no le asalten en las calles, al salir del trabajo, de un restaurante o del supermercado, y rogando por no tener que verse jamás frente a un loco malandrín al que se le ocurra caerle a tiros para quitarle la cartera o la billetera, un motor, un carro o lo que vale más: la vida.
Si igual es el miedo afuera, adentro de las casas persiste siempre, porque los delincuentes son hábiles para violar cualquier espacio vigilado en una casa, un condominio o un centro comercial, y el ciudadano tiene que vivir entonces más atento a los consejos para prevenir estos ataques y a quedar reducidos a un simple y eventual blanco de los atracadores, con su derecho a la felicidad hipotecado e inseguro.
Así como estos episodios delictivos llenan los informativos diarios, así también menudean las noticias sobre comportamientos que parecen paranoicos de niños y adolescentes que arman un desorden tirando al suelo las butacas del aula, rompiendo y esparciendo los cuadernos y libros de tareas en las vías públicas, y un sinnúmero de peligrosas travesuras, incluyendo actos sexuales a la vista de compañeros que les celebran estas aberraciones.
Así anda la escuela dominicana, una realidad que preocupa a la ciudadanía sensata que se ha esmerado en cuidar y educar a sus hijos para que, a la postre, vean unos resultados totalmente inesperados: bajo rendimiento en las clases, irrespeto a los maestros, propensión a la violencia, a las fechorías callejeras, a las adicciones peligrosas y notoria falta de planes y metas serias para el futuro.
Para empañar más el panorama, los ciudadanos perciben que los políticos llamados a dirigir el país gastan más tiempo en sus rebatiñas por el poder y, desde allí, por las fortunas mal habidas, que en poner su atención en los males de la sociedad, en ofrecer soluciones a los millares de bachilleres o egresados de universidades que no tienen empleos ni esperanzas inmediatas de conseguirlo.
La democracia, que es el sistema en el que la mayoría aspira a vivir, porque hay libertad con derechos sociales y humanos protegidos, es también otra de las víctimas del desquiciamiento de las normas y prácticas de la noble política que se han ido a pique en esta vorágine de rupturas de valores, de desorden institucional y de profundo descalabro moral.
Estos son algunos de los ejemplos elocuentes de este malestar de fondo que venimos percibiendo con mucha pena y desaliento.