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La perversa hegemonía de los antivalores

Valores como la honestidad, la equidad, la verdad, la solidaridad, la fraternidad, el respeto, la justicia, la hospitalidad y el amor a la familia, ya no existen a plenitud en nuestro país.

Concebidos como grandes virtudes humanas, esos valores escasean ahora. Desde que la corrupción permeó todas los estamentos de la sociedad, se han entronizado entre nosotros una infinidad de conductas y actitudes totalmente contrarias a nuestra propia y original idiosincrasia.

Hemos caído, como dice la Iglesia Católica en su mensaje anual dedicado a la independencia de la República, en un estado de “perversa hegemonía de los antivalores”, que poco a poco van minando nuestro destino como país.

Seis grandes manchas gravitan sobre la sociedad, según las preocupantes conclusiones a las que han llegado los obispos católicos al examinar las realidades actuales. Son estas: la impunidad, los vicios de la política, la corrupción, la violencia, la inseguridad ciudadana y la indolencia.

Si relevante es denunciarlas, más lo es admitir que esas grandes manchas han ensombrecido desde hace tiempo el porvenir de la República y nada extraordinario hemos hecho los dominicanos para quitárnoslas de encima.

Los que han tenido el poder legal o constitucional para mantener estable y correcta la brújula de nuestros horizontes han sucumbido a la intensidad de estas brumas, y no han enfrentado los antivalores ni los sucedáneos de estas seis maldiciones que le han caído a nuestro país.

Ha habido mucha apatía e indiferencia frente a estos males, al punto de que a muchos no les parecen tales. Por el contrario, de ese estado de cosas han amasado fortunas, especialmente ilícitas, mediante contrabandos, tráficos de drogas, armas, medicinas y productos falsificados, imponiendo el señorío del crimen organizado.

De la corrupción administrativa emergen grandes potentados; en los vicios de la política se refocilan, se regodean, aquellos que se encaramaron en la cúspide social a base del clientelismo partidario, no de méritos profesionales ni de pericias de ningún género, repartiéndose como piratas el botín del erario.

Y de la impunidad, madre de todas las injusticias, ha emergido este ambiente de violencia no castigada, de irrespeto generalizado a la ley y la inseguridad permanente que sufren hoy los ciudadanos, magistralmente presentados por la Iglesia como los males a enfrentar, antes de que la nación termine de perder su institucionalidad y su paz social.

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