Opinión

Sangre en la frontera

Otra vez un joven soldado dominicano cae asesinado en la frontera, víctima de un ataque aleve de dos criminales, quienes cruzando hacia el territorio nacional para hacer un tráfico de drogas, dispararon ante la primera llamada de ¡alto!

Oriano Montero Encarnación, raso del Ejército de República Dominicana al servicio del Centro Especializado en Seguridad Fronteriza (Cesfront), es la última víctima que lloramos hoy porque cayó prestando servicio para impedir que los negocios ilegales sigan siendo el orden diario en una frontera que parece incontrolable.

Según la información que ha suministrado el Cesfront, el raso Montero Encarnación patrullaba en una motocicleta junto al sargento Carlos Manuel Montero Lorenzo, cuando avistaron a dos hombres que cruzaban por el Callejón de los Pinzón, en Elías Piña, les ordenaron alto y ellos respondieron atacando a tiros a los militares, con la baja del soldado y la posterior respuesta de su acompañante que liquidó al agresor.

La falta de autoridad efectiva en Haití, el auge de la narco-delincuencia y su expansión hacia el territorio dominicano, constituyen la más seria amenaza para la soberanía y la seguridad en República Dominicana.

Cuando el pueblo dominicano tiene que pagar con sangre joven y generosa el atrevimiento de los delincuentes haitianos desafiando las leyes nacionales, exigimos una seria evaluación de los planes de seguridad fronteriza.

Igualmente, el Cesfront, de cuya creación recordamos perfectamente su génesis, tiene que cumplir su misión con el menor riesgo posible de los soldados dominicanos, lo que equivale a decir que deben asumir una actitud de defensa activa, disuasiva, para que los delincuentes de toda laya entiendan que recibirán una respuesta irresistible y proporcional a su desafío.

Los militares, oficiales migratorios y agentes de la Policía Nacional en la frontera, tienen que actuar con el debido respeto a los derechos humanos contra pacíficos violadores de las leyes, pero eso no significa que tienen que dejarse matar por delincuentes armados, agresivos, desafiantes, sino responderles con fuerza y determinación para enviar la señal de que aquí no se les teme a ellos, ni a quienes se erigen en sus defensores desde el exterior.

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