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¿Era de la desinformación?

En esta sociedad del conocimiento, bajo la cual el mundo experimenta los cambios más dramáticos en la comunicación social, un peligro nos acecha: el de la desinformación.

Curiosamente, mientras más información y noticias canalizan las redes sociales, mayor parece ser el torrente de informaciones falsas o manipuladas que corren en paralelo, causando una seria crisis de confianza en el público, el que muchas veces carece de tiempo para verificar su autenticidad.

Tan real es el dilema que un estudio reciente del Instituto Reynolds de Periodismo ha establecido que un tercio de la población norteamericana cree en que los medios ofrecen información verídica, lo que indica que la mayoría tiene sus aprehensiones sobre su confiabilidad.

Esto explica, en buena medida, porque las grandes empresas proveedoras de información como Facebook y Google, así como los diarios de marca mayor del mundo se esfuerzan por crear filtros y algoritmos como tabiques seguros contra las noticias falsas, vale decir, contra la desinformación.

Un nivel de desconfianza creciente solo hace daño a la democracia, porque priva a los ciudadanos del derecho a informarse y formarse una opinión sobre las realidades que impactan sus vidas, con mínimos márgenes para el error.

Ningún debate puede arrojar luces y soluciones a un problema social si está contaminado por "realidades adulteradas" o falsas, y en este contexto el papel de los medios de comunicación, sean tradicionales o modernos, como los que predominan en la era digital, es preservar a toda costa el periodismo profesional, el periodismo que antepone la calidad y la profundidad al engaño o la manipulación de las noticias.

En el caso de la prensa tradicional, ese es y debe ser su compromiso sagrado si quiere preservar su condición de ente de intermediación en cualquier conglomerado humano. Y esto solo se consigue proyectando confiabilidad con noticias fehacientes.

Pero también debe ser la divisa de los medios digitales y las redes sociales que, en la febril lucha del día a día para brindar informaciones a las grandes audiencias, deben evitar las tentaciones de recurrir a noticias falsas para lograr más alineamientos con los lectores o usuarios.

Algo común en las redes es la profusión de propaganda publicitaria o consejos engañosos que inducen a la gente a procurar remedios a la salud que no existen, o a confiarse en fórmulas que prometen detener el envejecimiento, la obesidad, o a seguir a falsos profetas.

Si mutilar la verdad se convierte en un ejercicio epidémico, faltaría poco para que emerja la "Era de la desinformación", cuyos primeros síntomas los estamos padeciendo hoy con la progresiva degradación de lo creíble y auténtico.

La lucha pues, del buen periodismo, es entre la defensa de la verdad frente a la falsedad, para que no se rompa ni se desacredite la formidable convergencia de plataformas que se ha creado con el fin primario de garantizar la libertad de expresión, base de la democracia, único sistema en que la libertad, un bien escaso y frágil, puede resplandecer para garantizar la convivencia ordenada y pacífica de todos los ciudadanos.

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