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Opinión

Corrupción e impunidad

En su Carta Pastoral con motivo del Día de la Altagracia, la Iglesia Católica ha vuelto a poner los dedos en las llagas de un mal, extendido y corrosivo, como es el de la corrupción y la impunidad que lo cubre de densas opacidades, que afectan nuestra sociedad.

No solo denuncia las “garras de la corrupción impenitente”, sino las “consecuencias e impunidad de riquezas mal habidas”, la corrupción de los valores, los negocios ilícitos, el irrespeto a la vida humana y la espiral de violencia, como ingredientes que gradualmente fl agelan los principios y las instituciones llamadas a ser los soportes de una nación organizada para vivir y progresar en orden y paz.

Esta refl exión resume, con pocas pinceladas, un problema que no es nacional, sino que predomina en los tiempos modernos en muchos países y que explican la causa de los descalabros morales y éticos que terminan debilitando las estructuras sociales y económicas, acentuando los niveles de pobreza, desigualdad, exclusión y violencia de todo género.

El caso reciente de las tramas de corrupción descubiertas en Brasil, que se extendieron a una docena de países en los que la compañía constructora Odebrecht pagó multimillonarios sobornos para agenciarse la concesión de obras públicas, o las desviaciones de fondos de la poderosa empresa Petróleos del Brasil (Petrobras) al liderazgo político de ese país, más otros casos de empresas que utilizaban coimas para vender bienes o servicios en el extranjero, ha levantado un clamor impresionante contra la corrupción, que tiene eco en toda América Latina.

La justicia de muchos de esos países ha comenzado a dar pasos fi rmes para resarcirse de los recursos escamoteados en estas operaciones contaminadas, no solo recobrando las sumas envueltas en coimas o sobrevaluaciones, sino encarcelando a funcionarios y testaferros que sirvieron de correas de trasmisión, al mismo tiempo que benefi ciarios, del festín trapacero.

Una ola creciente de indignación y reclamos populares contra el mal de la corrupción, y la impunidad que la protege y la alimenta, se manifi esta hoy en todo el continente, mandando señales claras de que los pueblos se han hastiado de sobrellevar estas iniquidades y luchan por un adecentamiento y transparencia en el manejo de los recursos públicos y por la tolerancia cero hacia estas prácticas envilecedoras.

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