Adiós a un Héroe Nacional
La nación despide hoy, con respeto y agradecimiento eterno, al general vitalicio Antonio Imbert Barrera, uno de los artífices directos en la gesta que liberó al pueblo dominicano --hace 55 años-- de la dictadura de Rafael Leonidas Trujillo, abriendo los cauces de la democracia y la libertad a una sociedad que vivió atrapada por tres décadas en el oscurantismo y la opresión.
No hay muchos hombres corajudos dispuestos a entregarse a una proeza peligrosa y casi suicida como esa, y el general Imbert Barrera, junto a otros pocos compañeros, demostró arrojo al involucrarse en la dirección de una conspiración que no solo buscaba eliminar físicamente al tirano, sino desmantelar toda la estructura de su régimen autocrático, y lo logró, salvando milagrosamente su vida.
Pero la victoria que representó esa arriesgada operación liberadora no estaría exenta, por el resto de sus días, de otros dramáticos episodios que pusieron a prueba la fortaleza de su corazón y el temple de los hombres valientes para resistir otros embates inesperados, como la incertidumbre de su vida en clandestinidad tras la muerte de Trujillo el 30 de mayo de 1961, el violento atentado que sufrió en 1967 y del que salió ileso, y la trágica pérdida de su esposa y su hija Leslie en un accidente de Dominicana de Aviación a poco de salir del país.
En los aciagos días de la Revolución de Abril de 1965, con un pueblo dividido en dos bandos y tropas extranjeras pisoteando la soberanía nacional, asumió la Presidencia de Gobierno de Reconstrucción Nacional procurando ser un ente de reconciliación y de paz.
Hasta hace pocos días estuvo inédita su responsable carta al Presidente de Estados Unidos pidiéndole la salida de las tropas norteamericanas invasoras, por el baldón que significaba para un pueblo libre como el nuestro.
El general Imbert hizo honor a su condición indiscutible de Héroe Nacional cumpliendo con otras responsabilidades como atento vigilante de la libertad que él contribuyó a restablecer, dejando así al país un legado y un ejemplo de sacrificio y de valor, necesarios en cualquier empresa destinada a alcanzar las conquistas democráticas y el progreso de una nación.
Al final de sus días soportó los efectos de una neumonía que rápidamente minó su salud y en la madrugada de ayer, justo a pocos minutos de la fecha en que se conmemoraba el 55 aniversario del ajusticiamiento de Trujillo, su gran corazón dejó de latir.
La muerte le sorprendió sentado en su cama, como todo soldado avispado y listo para la batalla, sin exalar ningún quejido. Lo que las balas de la refriega del magnicidio de Trujillo o del atentado de 1967 no pudieron extinguir, la imparable máquina del tiempo lo hizo. Y no era para menos, pues el que conoce la libertad la siente como el oxígeno de su vida y por eso se ha despedido en paz.
Que esa paz alcance a su hoy viuda Giralda, a sus hijos y nietos, y a todos los que han sentido la congoja de perder a este hombre historia, a este irrepetible Héroe Nacional que fue el general Antonio Imbert Barrera.