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El final de un dictador

Con su deposición, primero, y su muerte, acaecida ayer, Libia se deshizo definitivamente de Muamar Gadafi, el dictador que la gobernó durante 42 años. Ahora tiene abierto el camino para buscar otras opciones, y de seguro que preferirá una en que la libertad no pueda ser tan nula como en tiempos de Gadafi, y en la que las fuerzas políticas puedan expresarse sin mayores cortapisas, como lo exigen los tiempos modernos. Es también bastante probable que el éxito de la rebelión que condujo al colapso de la dictadura y a la muerte de su mentor motorice otros procesos activos en Medio Oriente contra gobernantes autoritarios o desfasados ya para la historia. Tanto la caída de Gadafi como las anteriores que han marcado la llamada “Primavera Árabe” han revelado las tendencias de sociedades cansadas de dictaduras, y la fortaleza y sostenibilidad de los grupos sociales que se levantan contra ellas, aun sin poseer los recursos militares o financieros para dar esas decisivas batallas. El mundo se ha librado de otro arrogante y megalómano gobernante, que no quiso jamás ceder el paso a las nuevas generaciones de su país, y que se aferró al poder como si fuera su patrimonio exclusivo, o como si fuera el heredero de una monarquía inexistente. Es un gran alivio y, al mismo tiempo, una buena señal de aviso a otros que todavía resisten, desde frágiles plataformas, la marea de cambios que hoy caracteriza al mundo.

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