Armados hasta los dientes
Parece una incongruencia que en la medida en que se acentúa la pobreza en América Latina, las naciones de este Hemisferio gasten sumas multimillonarias en armamentos. En los últimos cinco años (2003 al 2008), el gasto en armas en este continente subió de 24 mil 900 millones de dólares a 47 mil 200 millones de dólares, lo que significa un incremento del 91 por ciento con relación a años anteriores. En estos días Brasil está cerrando una compra de armamentos con Francia por 12 mil 300 millones de dólares, incluyendo la del primer submarino nuclear en América Latina, mientras Venezuela, que del 2006 al 2008 gastó 7 mil millones de dólares, anuncia ahora compras de armamentos a Rusia por 2 mil 200 millones de dólares. Y en esa misma línea se conocen los gastos de Colombia por 5,500 millones, Perú, con 700 millones y Bolivia, con 100 millones, y los de Chile, que son superiores a los de la mayoría de estas naciones, excepción hecha de Brasil. Hay argumentos que se emplean para justificar esos altísimos gastos, pero ninguna parece coincidir con que la prioridad fundamental debe ser el desarrollo de las economías, ciertamente vapuleadas por la crisis mundial, y el mejoramiento de las condiciones de vida de sus habitantes. En la medida en que se crean los fantasmas de las confrontaciones posibles, estas naciones prefieren desbordarse en gastos militares mientras descuidan la atención a las más mínimas necesidades humanas que son, si no se satisfacen adecuadamente, las potenciales chispas de conflictos que pueden devastar y desestabilizar más que una guerra a cañonazos, cohetes y bombas, de por sí destructivas en todo el sentido de la palabra.