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Nuestra actitud ante la crisis

En este tiempo de crisis son pocos los gobiernos que tienen una fórmula mágica para encarar cada una de sus variantes de manera satisfactoria. Cuando todo se encarece y cuando el poder adquisitivo es mellado por la inflación, el ciudadano se siente asfixiado y limitado en sus opciones para esquivar esas ingratas consecuencias. Los gobiernos están en el dilema de utilizar apropiadamente los reducidos ingresos que recibe del fisco o de las inversiones extranjeras, o caer aplastados por situaciones inmanejables en el orden económico y social. Estas ominosas perspectivas están claramente prefiguradas en un informe de The Economist sobre los riesgos de una inestabilidad política en grandes y pequeñas naciones en la medida en que se profundiza la recesión económica mundial. El riesgo es todavía mayor en países donde la pobreza se ahonda y en los que la tasa de desempleo y de depresión de las ventas han trepado a niveles pocas veces visto de forma simultánea en sociedades ricas o subdesarrolladas. Los planes de estímulo para levantar las alicaídas economías tropiezan con estas realidades, pero eso no quiere decir que hay que cantar derrota ni que hay que cruzarse de brazos a esperar que la crisis se disuelva por sí misma. El reto que tiene el Gobierno dominicano es administrar adecuadamente los recursos que recibe, impulsar el gasto social en aquellas capas más deprimidas de la población, otorgar incentivos a los que producen y generar empleos y defender a toda costa sus principales fuentes de generación de ingresos. El reto de la sociedad es elegir entre el mantenimiento de la paz y la democracia y encarar el sacrificio de la manera más responsable, en la convicción de que hay salidas y alternativas y que no todo está perdido.

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