Colaboración
¿Hace falta una reforma fiscal?
La reforma fiscal que se está planteando parte de una premisa incorrecta. A pesar de que nuestro gasto público crece en términos reales al 7.7% anual (2000-2023), convergiendo a niveles similares al de los países desarrollados con relación al PIB, nuestro estado aún no provee servicios similares al de un estado desarrollado por razones cualitativas.
Primer error en los planteamientos: evaluar el gasto únicamente por su valor monetario. ¿Evalúa Usted el sabor de un alimento por su precio?
Segundo error, la mal llamada Estrategia Nacional de Desarrollo es un listado de metas para un sinnúmero de indicadores económicos y sociales que remite a las proclamaciones de los certámenes de belleza. Cualquier administrador o planificador explicará que una estrategia requiere de una secuencia de acciones concretas, que normalmente resultan en una transformación estructural, para alcanzar, peldaño a peldaño, un objetivo. Es un plan de negocios a nivel nacional.
Mis estudios sobre los planes de desarrollo de Corea del Sur, que presenté sosteniendo la tesis de que su política de Estado planificador ‘pro-business’ fue base de su desarrollo y éxito exportador, es muy ilustrativo. Una década después, el Banco Mundial ratificó esta visión en su libro ‘The East Asian Miracle Revisited’ donde renegó de su postura de promover la eliminación de aranceles como método sencillo para lograr el crecimiento y apoyó las intervenciones estatales a favor del aparato productivo.
Tristemente, estrategia no tenemos. Lo que hemos hecho es aumentar las recaudaciones, restándole competitividad al país. Aunque se habla de invertir en infraestructura, las inversiones de capital han caído de representar el 18% de las erogaciones del gobierno central (promedio 2000-2013) a la mitad, 9.6% (2014-2023). El renglón de gastos que más ha crecido en los últimos 20 años ha sido el de los intereses. Estos se han incrementado 72 veces en términos reales (descontando la inflación) entre 2000-2023, pasando de representar el 7.1% al 18.6% del gasto del gobierno central.
Esto se debe a que nuestra otra estrategia ha sido el endeudamiento. Solo la deuda externa ha pasado de representar 1.5 veces las exportaciones en 2010 a representar 3 veces las exportaciones en 2023, que es como se debería de medir (no con relación al PIB). El endeudamiento es necesario dado que los ingresos fiscales reales se han multiplicado 3.8 veces mientras el gasto real se ha multiplicado 5.1 veces desde el año 2000. Visto que las inversiones de capital vienen perdiendo importancia (desde 2016 el endeudamiento típicamente duplica la inversión bruta), es inevitable que el creciente endeudamiento termine financiando gastos corrientes.
Plantear recaudar un 5% adicional sobre el PIB para subsanar un déficit enfocado en gastos corrientes, sin plantearse una estrategia de desarrollo, sin reevaluar el gasto y pretendiendo incluir nuevas asignaciones referenciados al PIB, incluyendo las aportaciones a los partidos políticos, es una ofensa a las empresas pequeñas y medianas y a la clase media que labora por un salario promedio de $34,292 de donde se deduce la mayor parte del costo de todas estas políticas públicas.
¿Es que no aprendimos nada del 4% para educación?
Después de haber ‘invertido’ $2,000 millones durante 10 años ostentamos un estudiantado afuncional que quedó penúltimo en las evaluaciones internacionales. Después de haber gastado $607,849 millones en subsidios eléctricos continuamos con un 42 % en pérdidas en transmisión, internacionalmente, el segundo país de 15 en la región con mayores tasas de no cobranza y apagones; y habiendo alcanzado un nivel de prestaciones sociales al ritmo de $13.7 millones por hora que eleva el salario de reserva y, junto a las remesas y el influjo de mano de obra de menor costo, desincentiva el trabajo a los salarios existentes, cabe plantearse si la reforma fiscal que necesitamos es de la gerencia del Estado y de los salarios.
Como referencia para los servidores públicos, por resultados como esos cancelan a cualquiera en el sector privado.
Pregunta del millón: ¿Por qué hay déficit creciente? Principalmente debido a la duplicación de los subsidios al sector eléctrico y de las prestaciones sociales. Retornar estos instrumentos al nivel de su progresión normal permitiría equilibrar las finanzas públicas. Suplantar estos subsidios por mayores salarios alinearía los incentivos económicos.
En lugar de incrementar los gravámenes a la producción, costo que se traspasa a la inflación y desincentiva la formalidad, sería preferible contribuir a la reducción de la pobreza mediante la generación de empleos fortaleciendo el aparato productivo privado y proveyendo servicios públicos de calidad como apoyo.
Basta de ingenierías financieras, aumentos ineficientes de tasas y otros sofismas. Lo que necesitamos es una verdadera estrategia de desarrollo económico integrada a una reforma cualitativa de los servicios del Estado que no mida nuestra presión tributaria, sino nuestra competitividad como determinante de nuestra posición internacional.