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Obituario

Un retablo para Cheíto León

Cuando Musicalia era Musicalia y su sede principal lucía un atractivo anuncio en la calle El Conde, a Reynaldo Miravalles le daba gusto andar por su entorno en busca de la buena música cubana producida por las disqueras internacionales. Varias veces compartimos saludos y experiencias. Pero una vez mi acento fue provocador.

Ese día, el actor salía de la tienda llevando en sus manos un pequeño bulto con una colección de temas de Dámaso Pérez Prado que acababa de adquirir, y después de sonreírme, como lo hacía siempre, quedó perplejo al escuchar mi pregunta. Fue la primera vez que le abordé acerca de un tema que por esos tiempos evitaba, pero que siempre me pareció fundamental escuchar la respuesta de su propia voz: “¿Cuál de todos tus personajes es tu preferido?” Y mi compatriota no pensó mucho para responderme: “Cheíto León”. Es posible que el lector dominicano no conozca la naturaleza de ese ser que Miravalles le dio vida. Cheíto León fue, en la película cubana “El hombre de Maisinicú” (Manuel Pérez, 1973), el jefe de la banda de alzados del Escambray que descubrió la verdadera identidad de Alberto Delgado y Delgado, agente de la Seguridad del Estado infiltrado en los movimientos guerrilleros opositores al Gobierno de la Revolución Cubana, quien se hacía pasar como un simple campesino que tenía buenos contactos “para sacar hacia los Estados Unidos” a los rebeldes guerrilleros. En ese filme, su aparición fue breve, pero tan convincente, decisiva y simbólica que ningún cubano que haya visto ese filme, lo podrá olvidar. Su actuación es más recordada, incluso, que la del héroe positivo de la obra, personificado en el también fallecido actor Sergio Corrieri, quien no solo fue descubierto por la suspicacia de Cheíto León, sino también golpeado salvajemente, torturado y ejecutado por su contraparte, en unión de los miembros de su tropa clandestina.

Después de aquel encuentro, volví a ver varias veces más al recientemente fallecido actor. Muchas de ellas fue en películas con tema dominicano como “Dreaming of Julia” (Juan Gerard, 2003) y “El misterio de Galíndez” (Gerardo Herrero, 2003). Reinaldo Miravalles no solo fue uno de los más completos actores cubanos de todos los tiempos quien, al igual que Salvador Wood, sentó cátedras tanto en comedias como en dramas, sino que también innovó el discurso cultural del teatro, la televisión, la radio y el cine. “Inventó” una referencia de cómo hacer propuestas culturales que apuntaran a la permanencia, siempre de espaldas a los aires popularistas. El cineasta Gerardo Chijona lo inmortalizó como “el campeón de las caras del cine cubano e hispanoamericano.” Ahora, que ha fallecido, no lo veremos más en nuevos proyectos. Pero cuando la cultura vuelva a ocupar el espacio de vanguardia que se ha ganado en la historia de nuestros pueblos, su nombre estará vinculado al prestigio que de por sí le pertenece.

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