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Cuentas por cobrar

Un aficionado a la numismática, declinó adquirir una colección de monedas porque venían colocadas dentro de un álbum viejo y estropeado. Sin embargo, compró a un precio muy superior otra colección menos valiosa, pero que lucían dentro de un stock último modelo. Al darse cuenta de su error, solo pudo lamentar haberse dejado llevar por la imagen externa y no valorar el contenido de ambos productos que una vez se abrieron ante sus ojos. Esta reflexión pudiera ser un apotegma para definir el guion de “Cuentas por cobrar, la más reciente película de Ronni Castillo (“Quien manda”, 2013 y “El que mucho abarca”, 2014), producida por Ángel Muñiz y con las actuaciones protagónicas de Jalsen Santana y Richard Douglas. El referido guion se apoya en la consecución de elementos insólitos que van, desde una trama descontruida y caprichosa, hasta la conformación de personajes irregulares que brillan a veces y otras decaen y no por culpa de la capacidad histriónica, sino por una desigual dirección de actores, y una antojadiza aventura extra provincial, superficial e incomprensible que atenta contra la credibilidad de hechos y gentes, así como el desequilibrio del argumento original que, de haber sido escrito con rigor técnico, hubiera servido de guía para producir un filme interesante, que mucha falta hacía en el contexto del cine dominicano de hoy, inundado por ¿comedias? baladíes. No vaya a pensar Ronni Castillo que este comentario surge para “destruir” su película. Todo lo contrario. Quienes me conocen saben lo que opino de la mayoría del mal llamado “cine dominicano”. No me animo a escribir de quien no lo merece. Si en este caso lo hago es porque he visto en él –dentro del contexto del cine comercial- una mirada propia, no convencional y arriesgada. Pero insisto, no se puede estar en misa y en procesión. Lamentablemente, tenemos el síndrome del “todólogo” y, por ganar “unos dólares más” se sacrifica la calidad del producto cinematográfico. De ahí que vemos directores convertidos en productores y guionistas, y viceversa, gentes que confunden “historia o argumento” con “guion” y oportunistas que apelan a sus buenas relaciones empresariales para salir adelante. Volviendo a la película de Castillo, es positivo ver la aceptable actuación de su protagonista, Jalsen Santana, dentro de un personaje complejo, que sin dejar de tener un propósito en la vida, sabe soltear dificultades, enfrentar entuertos y ser dueño de sus actos por propia convicción. Igual sucede con el personaje de Richard Douglas que solo decae cuando el guion presenta situaciones inconexas que lo obligan a divagar, a mansalva de una mano directriz. Pero también vale la pena disfrutar su trabajo. Douglas es uno de los mejores actores del cine dominicano hoy. Los otros actores, sin excepción, repiten clisés, trabajan como pueden y deambulan a suerte y riesgo. El haber escogido el “road movie” para desarrollar el entramado central de la historia fue un recurso traído por los pelos, tal vez para “abaratar el producto” o terminarlo rápido. Las mejores escenas del filme fueron las primeras, aquellas producidas dentro del Mercado de la Duarte, donde el naturalismo casi caricaturesco de lo que allí ocurre día a día, llena la cinta de dominicanidad y fuerza cinematográfica que recuerda, a veces, ciertos fotogramas neorrealistas. Pero, lamentablemente, cuando la cámara sale de ese contexto, el filme desciende hacia un precipicio irreversible. Nuestro cine, a pesar de que tantas manos generosas garantizan su “desarrollo”, adolece de buenos guionistas. Esto lo saben hasta sus mismos ideólogos. Mientras los directores no busquen a quienes se tienen que buscar para escribir las historias, sino a “los genios” amigos, seguirán los traspiés, uno detrás de otro, y el mercado continuará exhibiendo productos inacabados como éste, que mereció mucha mejor suerte. Ficha Técnica País. República Dominicana. Año. 2016. Dirección y guion. Ronni Castillo. Fotografía. Peyi Guzmán. Reparto. Jalsen Santana, Richard Douglas, Irving Alberti, Jean Jean y Loraida Bobadilla. Sinopsis. Un hombre sale de prisión después de diez años e intenta redimir su vida con un trabajo digno. La enfermedad de su hijo lo obliga a hacer un encargo para “El francés”, un usurero que opera en el mercado de la Duarte con Ovando.

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