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VIVENCIAS ¿QUÉ LEER?

La suite francesa

La guerra es y será siempre cuna de maldiciones humanas. Su legado de muerte es un estandarte infame. La novela “La Suite Francesa”, de Irene Nemirovsky, empieza con todo este rumor bélico. Los bombardeos de los alemanes contra los franceses son la puerta de entrada a esta historia de gente henchida de miedo que ve explotar su mundo. Para retratarlos en su forma más viva, se necesita el ojo de una narradora que contemple a cada uno desde la cercanía que le permite captarlos uniformemente. Para ello se sirve del detalle de llevar la cuenta del día a día, de lo que pasa aquí y ahora y que a simple viste pareciera no revestir de singular importancia: que los Michelet se levanten temprano para acomodar un hogar al que están casi seguros que no regresarán; que Charles no abandone su apego por las porcelanas, ya que la guerra no puede romperle otra cosa; Madame Perícand, su prole y ese gato suyo que simboliza la libertad... Estos personajes conviven en un campo francés repleto de mujeres, viejos y discapacitados, pues los jóvenes adultos tuvieron que enlistarse en la primera fila del ejército francés.

En este contexto de armas, intereses, odios y nacionalidades, se da una situación que provoca la acción central de la novela. El hecho de que los soldados alemanes se alojen en hogares franceses trae, como consecuencia del contacto íntimo, terribles diferencias, así como el nacimiento de otras de índole menos traumáticas. En el caso de los protagonistas, el vínculo empieza en las melodías de un piano. Lejos de lo que podría pensarse, el soldado alemán que habita la casa de esta joven esposa y su suegra, es un músico. Y su música crea un lazo audible entre ambos. Pero esto no solo sucedió entre ellos; lo mismo les aconteció a otras familias que, fruto de la convivencia, empezaron a verse como lo que son: personas, seres humanos que en el fondo liberaban las mismas luchas y buscaban las mismas victorias.

La narradora Irene Nemirovsky nos plantea una historia de lazos humanos. Nos muestra que en la condición que sea, los humanos nos parecemos uno al otro, aunque la lengua suene distinta y la cultura levante fronteras invisibles. Siempre el amor y la compasión van a filtrarse junto con la mezquindad y el dolor. Y es en el vaivén de todos estos sentimientos y valores que va a construirse la convivencia. No en vano la autora, a lo largo de la narración, insiste en retratar las escenas de lo cotidiano, porque es en el acontecer de lo intrascendente que la vida cobra sentido. La guerra es y será siempre cuna de maldiciones humanas. Su legado de muerte es un estandarte infame. La novela “La Suite Francesa”, de Irene Nemirovsky, empieza con todo este rumor bélico. Los bombardeos de los alemanes contra los franceses son la puerta de entrada a esta historia de gente henchida de miedo que ve explotar su mundo. Para retratarlos en su forma más viva, se necesita el ojo de una narradora que contemple a cada uno desde la cercanía que le permite captarlos uniformemente. Para ello se sirve del detalle de llevar la cuenta del día a día, de lo que pasa aquí y ahora y que a simple vista pareciera no revestir de singular importancia: que los Michelet se levanten temprano para acomodar un hogar al que están casi seguros que no regresarán; que Charles no abandone su apego por las porcelanas, ya que la guerra no puede romperle otra cosa; Madame Perícand, su prole y ese gato suyo que simboliza la libertad... Estos personajes conviven en un campo francés repleto de mujeres, viejos y discapacitados, pues los jóvenes adultos tuvieron que enlistarse en la primera fila del ejército francés.

En este contexto de armas, intereses, odios y nacionalidades, se da una situación que provoca la acción central de la novela. El hecho de que los soldados alemanes se alojen en hogares franceses trae, como consecuencia del contacto íntimo, terribles diferencias, así como el nacimiento de otras de índole menos traumáticas. En el caso de los protagonistas, el vínculo empieza en las melodías de un piano. Lejos de lo que podría pensarse, el soldado alemán que habita la casa de esta joven esposa y su suegra, es un músico. Y su música crea un lazo audible entre ambos. Pero esto no solo sucedió entre ellos; lo mismo les aconteció a otras familias que, fruto de la convivencia, empezaron a verse como lo que son: personas, seres humanos que en el fondo liberaban las mismas luchas y buscaban las mismas victorias.

La narradora Irene Nemirovsky nos plantea una historia de lazos humanos. Nos muestra que en la condición que sea, los humanos nos parecemos uno al otro, aunque la lengua suene distinta y la cultura levante fronteras invisibles. Siempre el amor y la compasión van a filtrarse junto con la mezquindad y el dolor. Y es en el vaivén de todos estos sentimientos y valores que va a construirse la convivencia. No en vano la autora, a lo largo de la narración, insiste en retratar las escenas de lo cotidiano, porque es en el acontecer de lo intrascendente que la vida cobra sentido.

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