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CUENTO

El pozo

Y por un breve, terrorífico segundo vio quién era. Todavía hoy, al recordarlo, le entran dudas acerca de la veracidad de aquel momento: a lo mejor lo soñó… a lo mejor fue la mezcla de alcohol… a lo mejor… cualquier excusa antes que aceptar que allí, en un entonces, se vio tal cual, como un indeseado reflejo sobre la superficie frágil, gris y vidriosa de un pozo que regurgita verdades a quien comete el error de mirar.

Desde ese día empezó el temor en la panza. No importaba qué tanto o qué tan poco comiera, esa sensación de tener el estómago adormecido de tensión no se iba. Pensó en ir a un médico pero un médico jamás podría decirle lo que ya sabía — que todo era consecuencia de haber sido víctima de ese segundo iluminado, de ese instante de realización. No… el estómago no estaba enfermo… estaba en shock. Y así, con el cuerpo decaído, la mente empezó a obsesionarse con poder entender cuándo, cuándo caray, se había convertido en esa persona que vio en el pozo. Se había hecho ideas desde la niñez, ya fueran basadas en su propio juicio o en lo que los adultos le decían, de lo que era, de lo que formaba su persona — Qué criatura tan inteligente! Sacó la determinación del papá! La risa de la mamá! Tiene un sentido del humor buenísimo! Qué bien se le dan los idiomas! Mira que solidaridad muestra con los amigos! — Sí… todas esas ideas… todas fueron asentándose en su subconsciente como descripciones indiscutibles de su ser.

Luego vino la adolescencia pero esa novedosa independencia solo parecía acentuar esas características. Al menos eso se decía para sí: “Mira como entendí el libro mejor que mis compañeros… entonces sí soy inteligente” “Es injusto como la maestra trata a ese niño; tengo que hacer que todos se rebelen contra ella pues mi sentido de terca determinación lo amerita” Y a esto se unieron nuevos descubrimientos: “Mis amigos acuden a mi para tomar decisiones… soy líder… me gusta ser líder…” Y ya para ese entonces en la mente estaba muy arraigada la costumbre de tallar todas estas ideas en la tabla imborrable de su individualidad; las tallaba sin pensarlo dos veces, sin dar chance para ver si eran tan solo inspiraciones pasajeras.

Ya en la adultez… cuando no había mucho tiempo que dedicar al pensamiento… cuando lo filosófico era aplastado por lo práctico… cuando ni siquiera podía perderse un minuto para descubrir nuevas cosas… la misma mente tomó a esa tabla y se guió, confiada, por sus preceptos. Entonces cada deducción, cada situación y decisión, tomó lugar creyendo a ojos cerrados que todos esos atributos saldrían a la luz sin necesitar esfuerzo alguno, brillando de manera obvia en su pecho como un escudo.

Solo que no fue así. Sucedió quizás que el ser humano sigue evolucionando… o a lo mejor no. A lo mejor no es evolución si no olvido. Sea como fuera, la realidad era que lo sabía desde hace tiempo aunque no se atrevía a pensarlo: muchos de esos atributos ya no eran más que recuerdos; sombras de alguien que ya no estaba. Y ese alguien… ese recuerdo gris y fantasmal que no se mostró en el cristal del pozo, ahora le hablaba desde lejos, desde la memoria, y batiendo las manos le decía: Ya no soy yo! Ya no eres tú! Esto eres tú ahora.

Y en unos minutos comenzó a llorar. Y hacía tanto que no lo hacía que por un confuso momento pensó en lluvia. Las gotas caían sobre el pozo deformando las líneas de aquella cara flotando debajo y tuvo miedo de borrarla así que, haciendo uso de esa lógica que ahora entendía se había adueñado de su ser, se ordenó parar de llorar. Entonces se sentó en el suelo y allí, más que nunca, aquel terrible segundo retumbó en su interior como un recuerdo de campanas lejanas. Por qué fue que cambió? Cuándo lo permitió? Trató de recordar pero no logró hacer memoria de la última vez que defendió a alguien a puños y dientes. No podía nombrar la última vez que alguien le había elogiado sus chistes. Y los idiomas, pues, ya se había mezclado en su cabeza, a lo mejor por la depresión de no haber sido usados en tanto tiempo. Recordó todas la veces que habló de su habilidad para hablar con extraños pero no recordó haber hecho nuevos amigos este último año. Y entonces lo vio claramente: que maldita mentira había sido este nuevo experimento que, ahora con reservación, llamaba adultez. Que hábil enemiga era esta etapa. Engatusaba a la gente en su manto de falsa seguridad y luego las escupía así… desposeídas de cualquier poder como un Clark Kent a quien se le explica súbitamente que Superman no fue más que un invento de su psiquis, propio de la esquizofrenia que padece.

Y quizás la esquizofrenia hubiera sido la explicación perfecta, más perfecta que la mezcla de alcohol, para su estado actual. Todo lo que dio por hecho durante toda su vida, ahora se encontraba espiando desde fuera, esperando que la renacido mente lo juzgara como real o falso: la inteligencia, la solidaridad, el talento para bailar, la gran capacidad de análisis, el sentido del humor… todo esperaba tembloroso la sentencia que le permitiría seguir acompañando o no a este ser.

Sí, era más tolerable entender que en algún punto de la vida se había convencido de la existencia de estas características y que su mente las veía a diario, las creía a diario… pero hoy… hoy despertaba. Hoy el psiquiatra lograba penetrar a través de ese superhéroe que se había creído y hacía conexión con lo que quedaba dentro, con esa persona común y completamente desconocida que nunca se había atrevido a mirar. Y, quién demonios era esta persona no lo sabía. No sabía si quiera si lo quería saber. Lo único que esperaba era que no se encontrara completamente fuera de su agrado… lejos… tan lejos… que la vieja mente se viera obligada entonces a volver a la arraigada maña de empezar a creer en cosas que no estaban allí.

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