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LA CUARTA PARED

Marta ya no recuerda

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Virginia Sánchez NavarroSanto Domingo

La luz ya lo llenaba todo. Entró un día por la cocina y no supo si ya había puesto el té así que lo volvió a poner. Era tan agradable este nuevo resplandor que le espolvoreó canela y un poco de miel. Fue despacio esparciéndose por la sala y el baño: ¿De quién eran estos muebles? ¿Quién los había puesto aquí? se sentó en ellos a pensar y para entonces ya no era resplandor sino blancura.

Una inmensa nube de algodón la hacía ir flotando a ratos por la Para comunicarse con la autora @VSanchezNavarro casa. Así llegó a la habitación donde encontró portarretratos con caras que no le decían nada.

Se concentró en sus expresiones y le daba gracia como algunos parecían felices mientras otros claramente estaban incómodos de estar allí dentro de esos marcos dorados que los encerraban.

Meditó acerca de esto y dio gracias a Dios por estar sobre esta nube y no allí con ellos trancada. Hoy, tantos días después, la luz ya lo llenaba todo y no era resplandor, ni nube, ni blancura. Era una materia de estado indescriptible, transparente, reluciente y suave y podía atravesarla con los dedos.

Todo lo entendía, todo lo que no era parte lógica y física de aquel mundo que ya no recordaba. El tiempo, el amor, los mundos paralelos, todo eso era ahora tan simple de entender que habían formado las paredes de esa nueva casa donde habitaba, no sola, si no acompañada por tantos otros que habían descubierto esta nueva materia, o que habían sido descubiertos por ella. Era una materia de estado indescriptible.

Era Claridad. Pocas veces se escapaba una sombra que la traía de vuelta a la vieja casa, a las viejas caras de los retratos. Entonces lloraba; o entonces reía; o entonces gritaba de rabia ante esa confusa escapada… pero siempre volvía.

Esa Claridad, esa que entró un día por la cocina, una vez adquirida no se podía dejar.

Y así se convirtió en eterna viajera. Esa, la que nunca quiso salir a conocer y que temía a subirse hasta al autobús. A esa, ahora la Claridad la llevaba volando sobre su propio cuerpo a dimensiones infinitas dónde la verdad por fin se explicaba con gusto, sin acertijos ni camuflajes.

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