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“Hija de la tormenta” de Marivell Contreras

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Juan Martínez LuqueSanto Domingo

Esta obra, Hija de la Tormenta, se atreve a retar la vida en su conjunto, recordando el proceso de una naturaleza caprichosa que fecunda de forma atávica.

Marivell, es una poetisa delicada, fina, elegante, con sonidos musicales que en su poesía se convierten en odas. Triste, solitaria en su pensamiento, rebelde en su concepto, cristalizada en sus recuerdos, nómada en su deambular permanente en torno a su pensamiento que dibuja con matices catárseos, liberadores de rencores.

Una poetisa que grita como madre solitaria, temblorosa y afligida, que emerge su reflexión en las entrañas de la vida misma, de sus matices severos, de sus inoportunas coincidencias, de sus actos vulnerables y a menudo demasiados crueles.

¿Acaso la vida le enseñó a ser madre antes de tiempo?, o tal vez un destello con colores de un crepúsculo avanzado le provocó la prosa fuerte e inhumana de su obra.

Es poesía sentimental, sensitiva, provocadora, retando al mundo y culpando a la vida por ser cruel.

Pero el contenido de esta exaltación la catapulta hacia una visión que a través de su poemario se enfurece aún más cuando el cántico de una “nana” le impulsa hacia un despiadado miedo que ella misma bautiza con una expresión melancólica. “Contemos mentiras”.

Su desolación prematura, sin amor, sin soga que la retenga, saboreando un café nostálgico repliega su alma surcada en tiempo seco.

¿Por qué esa alegoría al inexorable y maldito tiempo? Acaso la nostalgia le cubre de una extraña sensación donde un recuerdo por lo que fue, se dilata en el tiempo y de forma lucida, en momentos de inspiración enfrentándose a esa enorme verdad que empuja al ser humano a la desaparición desde que nace, ya en busca de la muerte. “Imagen con huecos que nadie recuerda lo hermosa que fue”.

Podemos comprender como una madre joven, refleja toda la intensidad de turbaciones que luchan entre lo positivo y lo negativo, sin rumbo. Donde se detalla un hogar caribeño, con sus hijos, en un solo cuarto, rezando en silencio, madre sotera, allí en las entrañas de una situación complicada, pero con una esperanza que le mueve una sonrisa de ilusión.

Esta poeta transforma su pensar que aparenta triste, y evoluciona con el tiempo en una poesía más abierta y menos frustrante. Es el ingenioso sentido de la soledad que la convierte en dominante de un proceso de madurez, donde, simplemente, la niña se convierte en madre y la madre en poetisa.

Es el amor de la vida contra la hipocondría de un vacio que desaparece y culmina en su última obra, fría, meditada, y como ella bien anticipa: Es un acto de amor tan loable como el de la mujer…..El resto de esta inmolación, -por eso puntos suspensivos-, solo es una reflexión personal de la autora, que acaba en el infinito mundo de la melancolía.

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