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REFLEXIÓN

Llegar a Jerusalén

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Teresa Valentí Batlle M.C.J.Santo Domingo

Queremos seguir a Jesús de cerca en esta semana tan dolorosa como gozosa. Si vivimos en plenitud todo lo que la liturgia nos ofrece, nos iremos transformando; transformando aquello que hemos ido descubriendo en el camino cuaresmal. Sentirse pleno y libre, retado para poner el listón más alto. Estas líneas no son para los cobardes, sino para aquellos que en sus cruces han vivido la esperanza del Reino. Una persona siente plenitud cuando pone el sello de eternidad en todo lo que vive. Hagamos un rastreo sobre nuestra vida interior y escuchemos el corazón antes de entrar con Jesús en estos días de sufrimiento. Él nos ofrece su ternura y misericordia, así habla Francisco, nuestro sabio y humilde obispo de Roma. El Domingo de Ramos es el “Pórtico de entrada” a la Pasión de Jesús, pasión que le ha acompañado todos los días y que acabará con la resurrección. Estamos en el umbral de la Semana Santa; si creemos en Jesús, podremos atravesar el “pórtico”. Impulsados por la fe contemplaremos y acompañaremos sus pasos hasta llegar al gozo de la resurrección. No despreciemos la piedad popular, procuremos una armonización entre ella y la liturgia. Francisco nos decía el año pasado: “La religiosidad popular es un espacio de encuentro con Jesucristo y una entrañable devoción a la Virgen”. La piedad popular es una manera legítima de vivir la fe cristiana. No podemos devaluar la religiosidad popular o considerarla secundaria”. Hagamos auténtico memorial de cada acto que vivió Jesús antes de ser crucificado y tratemos de aplicar los sentidos, de visualizar con amor, todo aquello que Jesús nos regaló con su muerte y Resurreción. Contemplación. Silencio. Lectura. Los cuatro evangelistas nos dan materia abundante para sentirnos más cerca de su amor y misericordia. Nos ayudará leer la Pasión despacio. Desde nuestra intimidad entraremos en sus sentimientos y padecimientos sabiendo que la muerte no es el fin... Nuestro paisaje interior es sumamente rico cuando conecta con Jesús, muerto y resucitado. Los apáticos deben abstenerse: “Aquel que quiera conocer la verdad se adentre en sí mismo y viva más allá de los sentidos. El conocimiento más claro parte del fondo más íntimo” (Jean Ruysbrock). Dios no quiere ciegos, ni apáticos, ni avinagrados. La fe es lúcida, alegre, tiene una percepción más aguda de lo que aparentemente vemos.

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