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DOS MINUTOS

Llegó la luz

Dejemos entrar la luz hoy en nuestro corazón. Esto significará para nosotros garantía de orientación, protección, gozo interior y paz

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Luis García DubusSanto Domingo

Juan 1, 6-8, 19-28 “¡Llegó la luz...!”. ¿Ha dicho usted alguna vez esta frase? Seguro que sí. Todo dominicano conoce la incomodidad de estar a oscuras y ha vivido la experiencia de alegrarse porque “llegó la luz”. Especialmente los niños son los que más aclaman esta “llegada”. En el evangelio de hoy aparece alguien gritando que llegó la luz. Pero no es un niño. Es un hombre, y no es un hombre cualquiera. Es un señor embajador de parte del Reino de Dios, y un testigo que anuncia a un Desconocido. Y la luz de que habla no es con minúscula, es con mayúscula. No es una luz que alumbra por fuera, sino por dentro. No es una luz que ayuda a caminar por la casa sin tropezar, es una luz que hace posible caminar en la vida con la confianza de quien se siente protegido. El principio del evangelio de este domingo (Juan 1, 6-8, 19-28) dice así: “Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan; este venía como testigo para dar testimonio de la luz, y que por él todos llegaran a la fe. No era él la luz solo era testigo de la luz. La luz verdadera, la que alumbra a todo hombre estaba llegando al mundo.” Si hay algo que deseo con vehemencia es que usted y yo, y todos aquellos a quien conozco, descubramos esa luz y sepamos acogerla a plenitud. Dice San Juan que, a los que la reciben, esa luz “los hace capaces de ser hijos de Dios” (Juan 1,12). Y los hijos de Dios, afirma San Juan, no nacen de linaje humano, nacen de Dios. Me recuerda el caso de doña Isabel. Ella estaba profundamente herida por una ofensa recibida en el campo familiar. Su impulso era el rencor y el resentimiento. Pero ella es una hija de Dios. Y como tal, pidió a su Papá la gracia de poder perdonar, y la recibió. Y hoy está feliz, rodeada de su esposo e hijos. Perdonar no es fácil. Quien no es hijo de Dios no puede, porque es Dios quien concede a sus hijos la capacidad de hacerlo. Y quien no puede perdonar no puede ser feliz. En cambio, dice el mismo San Juan en su primera carta que los hijos de Dios “Ni siquiera pueden pecar porque son hijos de Dios” (1 Juan 3,9). Parece exagerado, pero es que ser hijos de Dios no es poca cosa. “Al que tiene esa vida, se le hace imposible cometer el verdadero pecado: negarse decididamente a amar, o a perdonar, o a seguir luchando” (Nuevo Testamento de Puebla, pág. 606). Fíjese bien: para ser capaces de ser hijos de Dios, lo único que tenemos que hacer es recibir la luz. La pregunta de hoy ¿Qué hay que hacer para recibir la luz que es el Señor?Lo mismo que hay que hacer para que el sol entre en su habitación: abrir la ventana. Y, para esto, basta con que usted descubra su vacío, acepte su ser limitado, y se le haga presente al Señor. Dejemos entrar la luz hoy en nuestro corazón. Esto significará para nosotros garantía de orientación, protección, gozo interior, y paz.

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