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Don Héctor C. Perelló, entrañable...

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Natacha Féliz FrancoSanto Domingo

Fue un regalo del Señor el que Don Héctor Colombino Perelló se mudara a pocos metros de mi casa, en Baní. Era el año de 1987 y había comprado unos ejemplares gastados de dos de sus libros, uno de los cuales traía una fotografía que me permitió reconocerlo mientras pasaba por su vivienda; lo vi sentado en su eterna mecedora, que luego cambiaría por una silla de ruedas, observando la calle a través de una puerta de hierro, y me apresuré a saludarle emocionada, él cálido y gentil, como siempre fue, me integró a su vida de inmediato, invitándome a participar de sus tertulias dominicales y, honrosamente luego a ser fundadora del taller literario que llevó su nombre. Su impacto en la vida cultural de Baní fue notorio desde entonces, y en la mía propia. Puso su biblioteca a mi disposición y me sirvió de “conejillo de indias” en muchas de mis tareas universitarias. Así surgió la semblanza que escribí sobre él, cursando el tercer cuatrimestre de comunicación social. Este texto, sin proponérmelo, se convirtió para él en un testamento de agradecimiento al Comité que le rescató de situaciones incómodas en Santo Domingo y lo retornó a su terruño querido comprándole una casa. Don Héctor minuciosamente se dedicó a darme todos los detalles y nombres de las personas e instituciones que hicieron esto posible, muy afanoso de que todos fueran incluidos, y fue quien desde el primer momento me dijo que debíamos publicarla, incluso sugirió colocar una foto, que a él le encantó, que le había tomado el periodista Arsenio Nivar; deseo que fue cumplido finalmente cuando el librero Juan Baéz Melo patrocinó la publicación a través de Librería La Trinitaria, en 1996. Aquejado de artritis desde muy joven, debido a un trastorno del metabolismo, don Héctor me contaba cómo la pasión por escribir lo hacía levantarse en medio de un ataque para ir hasta su máquina, casi a rastras; esto explica su obra tan fecunda, que recoge aspectos trascendentales del pueblo de Baní desde los años veinte hasta mucho después de la mitad del siglo XX. Nadie pensaría que antes de escribir sus mejores crónicas, habría guardado su talento por veinte años, en parte porque no quería ser utilizado por la dictadura trujillista y porque tuvo que dedicarse por completo a trabajar en la Secretaría de Obras Públicas; pues luego de tener una vida acomodada las dificultades económicas de su familia, incluyendo la enfermedad de su padre, lo alejaron de la literatura. La última vez que nos vimos, ya postrado en cama, tomó mis manos fuertemente entre las suyas temblorosas, y me vio a los ojos: “Tienes que continuar, nunca te detengas”, palabras que aún hoy abrigan los deseos más caros de mi corazón. Partió dejándonos con la certeza de que ser banilejo es una profesión de la que se gradúo con honores, y atendiendo a esto el Centro Cultural Perelló (Escondido, Baní) le tributará un homenaje el próximo miércoles (5:30 p.m.). Allá estaremos con nuestros mejores recuerdos.

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