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opinión 

¿Transfuguismo o trapecismo?

El negocio de los circos toca a su fin, o por lo menos en su forma tradicional. Cuando el mundo era muy grande, sus carpas no sólo eran el territorio de la magia, los sueños, lo irreal, lo imposible… también eran la oportunidad única de apreciar otras partes del planeta en un solo lugar. El circo permitía contemplar portentos; seres especiales que parecían sacados de otro mundo; animales que sólo se veían en las láminas de las enciclopedias, etc.

Luego el mundo se hizo pequeño, la conciencia de defensa de los derechos de los animales creció, las “diferencias” humanas fueron socialmente aceptadas, y hoy día toca a los circos reinventarse o morir. En eso toca reconocer que los del Cirque du Soleil se fueron adelante, desarrollando un concepto centrado en torno al ser humano y sus posibilidades infinitas.

El circo es, hoy por hoy, reino supremo del equilibrio en donde los participantes son acróbatas, artistas y a la vez trapecistas; conjugando virtudes, dotes y habilidades que les permiten sostenerse en un pie sobre la cuerda –sin temor a caer en el vacío–, o saltar hacia la nada a sabiendas de que otro trapecista –asegurado ya de una cuerda segura y firme– les tenderá la mano y evitará que se desmadre. Luego de que esa maniobra ocurre la acrobacia continúa, y en eso nos deleitan, mientras ellos se saben profesionales de lo incierto; seres capaces de desafiar las leyes de la gravedad y de confiar en la reacción inmediata de otros trapecistas… acróbatas circenses también.

El circo bien pudiera ser también una metáfora, así que me gusta pensar que quienes saltan de una cuerda a otra, en cierta medida se parecen a quienes brincan de un partido a otro, justo –también– en el momento preciso que las circunstancias lo demandan. Porque saltar hacia la nada requiere un conocimiento del tiempo exacto en que puede hacerse, que corre a partir de la secuencia proyectada del ciclo pendular de la otra cuerda que, aún viéndose lejana, en determinado momento se acercará; justo en el tiempo en que el trapecista saltarín estará en el aire… hasta que se agarra a ella.

Luego de consumada la maniobra, el trapecista puede continuar con el espectáculo circense. Quienes están sentados ya lo han visto actuar otras veces y saben que es capaz de realizar todas las piruetas necesarias con tal de no caerse; haciendo su espectáculo sin miedo al qué dirán; a las críticas, los rumores; ni a lo que los demás puedan pensar de su escala de valores, eso que lo hace capaz de arriesgar lo más preciado; o de si en una de esas volteretas deja al descubierto sus partes íntimas, o se le ve el refajo.

En realidad, nada de eso es relevante, porque para el trapecista, lo único importante es estar arriba –divirtiéndose mientras los demás aplauden– en lo que llega de nuevo la oportunidad de saltar a otra cuerda, y continuar con el espectáculo…

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