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En salud, arte y sociedad

¿Qué dolor tan grande aquejó al poeta César Vallejo?

César Vallejo (Perú, 1892-†París, 1938) vivió poco: 46 años. Para el crítico literario británico Martín Seymour-Smith, es “el poeta más grande del siglo XX en todos los idiomas”. Gran honor para las letras latinoamericanas.

Su “Los heraldos negros” se publicó en Perú (1918), a sus veintiséis. Trajo un fuerte acento modernista junto a inusitadas ansias renovadoras en un lenguaje que presuponía el sentimiento y la significación. Incluso “Trilce” (1922) lo reiteró.

Irrumpió sincrónico con las vanguardias europeas, confiriendo a Latinoamérica otra corona de oro literaria pues, recordemos, el modernismo inició en estas latitudes, expandiéndose a España donde su influencia fue importante.

Un poeta de tal dimensión es un ídolo cultural en su país. Y, también, desgracia para los oficialismos culturales.

Gracias a tal reconocimiento, sus obras completas están disponibles en formato digital en el ciberespacio.

Marco Martos y Elsa Villanueva, quienes prologaron la edición de este poemario realizada en1987, 51 años después de la muerte de Vallejo, ilustran sobre el título del poemario: “«Trilce» —dicen—, sonoro neologismo vinculado a tres, a triste, a dulce, tuvo el efecto de un rayo en el cielo calmado”.

En tanto el prologuista de esa edición, Antenor Orrego, expresaba que Vallejo “Quiere encontrar otra técnica que le permita expresar con más veracidad y lealtad su estilo de vida”.

En 1956 hizo público aspectos del “statement”, conjunto de principios e intenciones socio-estéticos sobre los cuales el poeta participaba en las letras. Se es artista por un motivo; para un objetivo. Vallejo le escribió: “…siento la suprema responsabilidad del hombre y del artista: la de ser libre. Si no lo soy ahora no lo seré nunca”.

Vallejo poblaba los territorios inquietos de los cenáculos donde el espíritu renovador de las artes del siglo XX ovaba. Picasso lo dibujó en el 1938, posibilitando que esa comunión renovadora y temprana se entienda.

La importancia de este autor como predecesor del surrealismo poético no ha sido señalada propiamente.

En el mismo año que André Bretón publicaba en París su “Qu´est-ce que la surréalisme?”, ilustrado por Rene Magritte, Vallejo entregaba “Trilce”, expresando: “Y la península párase | por la espalda, abozaleada, impertérrita | en la línea mortal del equilibrio”.

O: “Son los nupciales trópicos ya tascados. | El alejarse, mejor que todo, rompe a Crisol”; “La creada voz rebélase y no quiere | ser malla ni amor”; “Ahora no hay quien vaya a las aguas, | en mis falsillas encañona | el lienzo para emplumar, y todas las cosas | del velador de tánto qué será de mí, | todas no están mías | a mi lado”.

La tensión entre surrealismo y significación resalta inmediatamente.

Evidencian, estos versos, la amenazante convivencia entre renovar y comunicar.

Más que por los versos de “Trilce” llevo a Vallejo colgado al alma como incógnita y dolor. No encuentro respuesta al desconsuelo tan grande que lo hizo expresar: “Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé! | Golpes como del odio de Dios…”. “Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas; | o los heraldos negros que nos manda la Muerte”.

¿O la poesía, finalmente, es sufrimiento, aflicción?