Donde firme Miriam Germán
Escribí, hace más de dos años, quizás en 2014 o 2015, la carta abierta que hoy publico y reitero; su apuesta la reiteraré toda la vida.
Antes de dejar aquí esas líneas, un breve reparo se hace necesario: Aprendí a creer en que la justicia era posible porque de niña me contaron de ti, Miriam Germán. Lo mismo le pasó al país. Nuestra mejor ciudadanía sabe que la justicia ya no es la de esos tiempos autoritarios y sangrientos porque la gran titánide de acero de aquella transición judicial fuiste tú. Dando la cara, diste el ejemplo. En los archivos de correspondencia del Palacio Nacional y en los archivos judiciales de los tribunales donde has servido está la prueba. No hay acusación de 140 caracteres que pueda borrar eso.
Ni te inmutes, Miriam. No lo vale. Además, debido a que si respondes te arriesgas a inhabilitarte, respondo yo, en la mejor y más inmensa de las calidades: la de una ciudadana con memoria.
A esos fi nes, desempolvo esta carta abierta que circuló hace ya un par de años: “Miriam Germán: Porque sé que hoy es especialmente oportuno decírtelo.
Porque mi viejo llegó esposado, ahogado en represión y persecución autoritaria, a tus estrados, Miriam Germán. Llegó harto, con el peso agotador de la responsabilidad sobre sus hombros prisioneros, de la responsabilidad por la angustia de su mujer, su madre y su hija.
Porque sé que ese hombre lleva marcas, porque hoy en día no tolera el sonido de cadenas de metal en movimiento ni el ruido que hacen los candados de los portones de las casas de sus amigos cuando espera a que le abran.
Miriam Germán, porque le dolieron los ojos cuando la luz golpeó su cara al salir de la solitaria. Te escribo, Miriam Germán, porque ese optimista empedernido habrá dudado de sus posibilidades de vivir en libertad a pesar de merecerla, de ser inocente.
Lo habrá dudado, Miriam Germán, hasta que te vio la cara en la misma toga y birrete que usaban tus homólogos, soldados de aquel régimen de autoritarismo vil, sin merecer hacer uso del atuendo que portabas tú.
Porque sé que recuerdas que desaparecieron el expediente, Miriam Germán; que pidieron que lo dejaras preso hasta que el expediente que ellos habían “perdido” tan alegremente apareciera por arte de magia; que lo dejaras encerrado en esa solitaria sucia y oscura de aquél pabellón de los presos políticos, donde en un tiempo anterior y no lejano le arrancaban las uñas y torturaban a los demócratas.
Porque dijiste “no”, Miriam Germán.
Porque hiciste que ese expediente apareciera. Porque lo estudiaste letra a letra, palabra a palabra. Porque hiciste justicia, Miriam Germán. Porque nos cambiaste la vida, porque pudieron no haber aparecido nunca, ni el expediente ni mi viejo. Porque ahora él anda por ahí, libre, sano y feliz, humanizando las cárceles, educando, visitando el campo, comiendo de más sin reparar en las prescripciones médicas ni en dietas para artríticos.
Porque, aunque la escasez de nuestros encuentros ridiculice esta confesión, tengo que admitir que cuando te nombraron en esa Suprema Corte de Justicia, Miriam Germán, esta ciudadana releyó tu nombre en el televisor con los ojos hechos agua y la cara humedecida.
Porque como el nuestro hay miles de casos. Por todo eso, Miriam Germán, donde, en nombre de esta República, fi rmes tú, fi rmaría cien veces esta ciudadana sin titubear.
Carolina Santana Sabbagh.