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VIVENCIAS

Aceras de excreción

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Juan Francisco Puello HerreraSanto Domingo

Es motivo de vergüenza y hasta de un riesgo sanitario caminar por las calles de Santo Domingo sin tomar las precauciones de rigor, en una ciudad que no se respetan las más elementales normas de urbanidad y de buenas costumbres.

La consabida falta de respeto a las reglas de tránsito unido a la falta de educación de gente que no tiene sentido de responsabilidad ni de ciudadanía, ya es un tema gastado que las autoridades evitan y los “ciudadanos” ignoran, porque, o no les interesa o lo ven como algo normal debido a que se ha hecho una costumbre inveterada.

Pero ahora ha surgido un nuevo ingrediente en esta “jungla” o vertedero de inmundicias que describe a la ciudad de Santo Domingo, se trata de una plaga que ha invadido las aceras, donde se da el fenómeno que hemos sido arropados por los excrementos de los perros que salen acompañados por sus dueños o por el servicio doméstico, que sea dicho, constituye en este último caso un abuso a la dignidad de estas personas que no están para prestar este tipo de tarea. No hay reparos para que la clase perruna sin ninguna perturbación de sus solícitos conductores descargue sus excrementos donde les vengan las ganas, ocasionando en los transeúntes un sinnúmero de cortaduras del llamado “vidrio inglés”, con el usual efecto que estos llegan a sus respectivas citas de índole social o religiosa desprendiendo sus zapatos un olor o hedor característico que hace la “delicia” de los concurrentes a estas actividades.

Sería mucho pedir, que los “paseadores” de canes sean tan previsores para llevar una bolsa y un recogedor que permita colocar este “regalo” a buen recaudo. Pero esto que sugiero es una solución que implica un alto concepto del bien común algo en vías de extinción en una población que ha perdido el norte en todos los sentidos.

En mi caso, cuando recorro esas aceras voy de salto en salto, no como una forma de entrenamiento para una competencia deportiva, sino evitando caer en la trampa de la excreción. Además por si fuera poco, camino entonando aquella canción de Alberto Cortez la acera de sol, en la que “prefiero caminar con la sonrisa espontáneo fulgor de la esperanza que vuela por sí sola y no precisa de reparos, censuras ni fianzas; y como quien camina ufano de su paso a cada paso que lleva buen humor y en la mochila y acaso un amuleto, por si acaso”.

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