FE Y ACONTECER

“Lo reconocieron al partir el pan”

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Cardenal Nicolás De Jesús López RodríguezSanto Domingo

III Domingo de Pascua

23 de abril de 2017 - Ciclo A

a) Del libro de los Hechos de los Apóstoles 2, 14.22-28.

El mismo día de Pentecostés Pedro hace la primera proclamación pública de la Resurrección de Jesús. Se dirige a los “judíos y vecinos todos de Jerusalén, escuchen mis palabras y entérense bien de lo que pasaÖ Les hablo de Jesús Nazareno, el hombre que Dios acreditó ante ustedes realizando por su medio los milagros, signos y prodigios que conocen”.

Había en Jerusalén una gran concentración de peregrinos con motivo de la fiesta de Pentecostés, una de las más importantes del calendario judío. El discurso de Pedro es directo, valiente y claro: “Les hablo de Jesús Nazareno”. Y más adelante los acusa: “conforme al designio previsto y sancionado por Dios, se lo entregaron, y ustedes, por manos de paganos, lo mataron en una cruz”.

Primero se refiere al Señor sin titubeos y luego les echa en cara el crimen que, ciertamente fue instigado por los sacerdotes y demás miembros del Sanedrín, pero, la masa enardecida aprobó esta maquinación a pesar de la oposición de Pilato. Pedro añade: “Pero Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte; no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio”.

A pesar de la confabulación humana contra Jesús, Dios vela por su Hijo y constituye “Señor y Mesías a ese Jesús a quien ustedes crucificaron”. Lo cierto es que el discurso de Pedro provocó una reacción: “Hermanos, ¿qué debemos hacer?” Es la pregunta que deben hacerse todos los que escuchan el Evangelio. La respuesta de Pedro es categórica: “Conviértanse y háganse bautizar cada uno en el nombre de Jesucristo para que se les perdonen sus pecados y Dios les dará el Espíritu Santo”.

b) De la primera carta del Apóstol San Pedro 1, 17-21.

Pedro escribe para los gentiles conversos y para los judíos convertidos al cristianismo: “los dispersos” que venían de todas las clases sociales. Al parecer, trataba de que olvidaran esas diferencias y pusieran su confianza en Cristo resucitado, base de su “fe y su esperanza”, el Hijo de Dios Padre que no hace diferencia entre las personas.

Aunque los cristianos invoquen a Dios como a su Padre, según la enseñanza del mismo Cristo, han de mantenerse siempre en una actitud de temor reverencial. Al mismo tiempo, no han de olvidar que es un Dios justo, que dará a cada uno según sus obras, sin hacer distinción de personas. Por eso hay que vivir cristianamente, según el ideal de la santidad divina, manteniéndose ajenos a todo lo que pudiera desagradar al Padre celestial.

Hay que tener confianza en la providencia paternal de Dios; pero, al mismo tiempo, hay que temer al Juez que puede precipitar el alma en la Gehena, como decía el mismo Jesús. Entre los antiguos la idea de paternidad evocaba no sólo el amor, sino también el temor reverencial que se debía tributar a los padres. La verdadera patria del cristiano está en el cielo. Por eso, ha de trabajar por librarse de todo lo que le pudiera apartar de la meta durante su peregrinación por este mundo. El apóstol recuerda un tercer motivo que ha de incitar a los fieles a la santidad: han sido rescatados con un altísimo precio, con la sangre preciosa de Cristo.

c) Del Evangelio de San Lucas 24, 13-35.

Este relato sólo se encuentra en San Lucas quien desarrolla en su línea narrativa un perfecto estudio sicológico de los protagonistas, que van pasando del desencanto mesiánico a una fe entusiasta en Cristo resucitado. La aparición sucede “el primer día de la semana” y la iniciativa es de Jesús que aparece de improviso y se les suma en el camino, pero no es reconocido en un primer momento sino después durante una comida.

Cuando Jesús se acercó a los dos caminantes, éstos no estaban en condición de reconocerlo porque la desilusión les embargaba el ánimo. Ellos se sienten tristes y derrotados, no creen en Él ni esperan ya nada. Así se lo exponen al Desconocido que se les ha unido en la marcha. Con sus palabras Jesús les abre el camino para acceder a la fe en su persona, haciéndoles ver la estrecha relación que hay entre las profecías mesiánicas del Antiguo Testamento y su cumplimiento en el Nuevo, es decir, en Jesús de Nazaret. “Partir el pan” es la clave eucarística del encuentro en la fe con Cristo resucitado. Mientras iban de camino a Emaús los dos discípulos no caen en la cuenta de quien les acompaña. Pero una vez que se han hecho amigos y se disponen a cenar juntos, entonces el Señor “sentado a la mesa con ellos tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero Él desapareció” (vv. 30-31). Él desapareció de su vista, sin embargo, aprendieron una lección fundamental, extensiva a todos los cristianos: Cristo resucitado sigue presente entre ellos, en medio de la comunidad, de un manera nueva y cierta, es decir por la fe que nace de su Pan y de su Palabra. Esta nueva presencia de Cristo resucitado en la comunidad de fe es sumamente alentadora para nosotros que no conocimos a Jesús personalmente.

Los sacramentos, cuya cumbre es la Eucaristía, son el gran signo de Cristo resucitado en medio de la comunidad cristiana, que se construye por la Palabra y la Eucaristía. En comunión con los hermanos. “Levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros” (v. 33). En el evangelio de Lucas Jerusalén representa al grupo creyente, a la primitiva comunidad apostólica, a la joven Iglesia Madre, depositaria de la salvación y contradistinta de la Sinagoga. Por eso de Jerusalén parte la misión de los Apóstoles para el testimonio de la resurrección de Jesús en los cuatro puntos cardinales del mundo entonces conocido.

Y a Jerusalén vuelven gozosos los dos discípulos que se habían alejado desalentados, en ruptura con la comunidad. Ahora necesitan comunicar a los hermanos su experiencia personal del Señor resucitado. A su testimonio de fe hace eco la comunidad apostólica que repite a coro: “Es verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón Pedro. Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo reconocieron al partir el pan” (vv. 33-35).

Fuente: Luis Alonso Schˆkel: La Biblia de Nuestro Pueblo.

B. Caballero: En las Fuentes de la Palabra.

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