José de Arimatea ¡Mi personaje elegido!
Siempre sentí una callada admiración por el personaje de la pasión de Cristo, llamado José de Arimatea. Es una figura que aparece mencionada en los cuatro evangelios (Juan, Mateo, Marcos y Lucas). Es un ser datado históricamente. Oriundo de Arimatea, era considerado un hombre rico, de quien las escrituras indican que se dedicaba a explotaciones de plomo y estaño, de lo que infiere en términos sociológicos actuales, que era un empresario burgués, aunque es un pecado mortal hablar de burguesía en tiempos de Jesús, faltarían muchos siglos para que esta clase social hiciera su aparición en la historia sobre los restos del orden feudal y la expansión económica del mercantilismo y la revolución industrial. José de Arimatea era un rico de su tiempo, pero no era solamente rico, se necesitaba y se necesita ser algo más, era influyente político, destacado miembro del Sanedrín que representaba el poder político religioso de la época, era el gobierno de los judíos, la real fuerza legislativa, ejecutiva y poderosa cuya gravitación entre los judíos, era absoluta. Los dominadores romanos establecieron buenas relaciones formales con el Sanedrín, en los territorios ocupados, es decir, Roma reconocía su autoridad en materia de su pueblo, entre los judíos. Ser miembro del Sanedrín, suponía dentro del esquema esclavista y torturante del conquistador, un mediador entre el opresor y los oprimidos.
En pocas palabras el Sanedrín ejercía funciones judiciales en procesos civiles y penales dentro de Judea. Había una relativa autonomía del Sanedrín en esos territorios ocupados por Roma. La decisión final de aplicar la pena de muerte estaba reservada al gobernador romano, pero por lo regular, en términos de ejecución de la misma, difícilmente el gobernador romano se contraponía a una decisión recomendada por el Sanedrín. La crucifixión de Jesús de Nazaret, una vez recomendada por el Sanedrín, le resultaba difícil suspenderla al entonces gobernador Poncio Pilatos, por la razón de que, en las relaciones con los judíos, se evitaba conflicto con el Sanedrín, que era quien legitimaba el sometimiento. Este organismo judío garantizaba para el opresor romano la convivencia de la dominación existente sobre un pueblo al que se le negaba su liberación. Por ello surgieron grupos y sectores al margen, proponiendo la violencia como única salida para lograr la libertad, como los “zelotas” de práctica terrorista. El concepto de la llegada inminente del Mesías, estuvo vinculada a un destino divino, o sea, que Dios enviaría a su salvador, el ungido por su voluntad celestial, para liberar al pueblo cautivo. Esas fueron las expectativas creadas en el contexto en que nace Jesús de Nazaret. La gran masa sometida, para cuyos fines el Sanedrín constituía el freno de cualquier tipo de resistencia, apelaba al cimiento ideológico religioso, a la herencia de los profetas, a la providencia escogida de Israel bendecido como el pueblo de Dios. La saña con la cual fue perseguido y acosado Jesús por el Sanedrín, solamente puede entenderse, como propia de quienes vieron en él un trastornador del orden existente, invocando las ideas primarias de la religiosidad y considerándose como el enviado de Dios para liberar a su pueblo. El discurso de Jesús condenaba la violencia, apelaba al amor, negaba todo el tramado oficial de hipocresía sustentado por el Sanedrín, restituía el criterio del reino de los cielos, no a la toma del gobierno local, sino a la conversión profunda de la espiritualidad, al nacimiento del hombre nuevo, por ello su reino no era de este mundo, lo cual creó una desilusión en quienes creyeron ver en él a quien los liberaría del poder opresor. El Sanedrín vio en riesgo sus intereses, Jesús puso en tela de juicio toda su autoridad. En su comparecencia ante esas autoridades judías, Jesús hablaba otro lenguaje, se abría paso entre multitudes que creyeron ver en sus milagros el poder de cambiar la dominación esclavista, produciéndose una alianza negra entre el Sanedrín, la cúpula del clero judío y la masa de ignaros que votó a mano levantada por Barrabás, un bandido de capa y espada, terrorista, en el cual esa masa vio frente a Jesús, al vengador de sus sufrimientos. Poncio Pilatos pensó que jamás el pueblo judío elegiría a Barrabás en vez de Jesús, cuando haciendo acopio de una prerrogativa, decidió llevar el caso, decidido por el Sanedrín ante el pueblo, con lo cual se cuidaba en salud, frente al propio Sanedrín, al poner eventualmente en libertad a Jesús, a quien veía como inocente de los cargos que se le formulaban.
José de Arimatea, el rico amigo de Jesús, votó en el Sanedrín contra la decisión de crucificarlo. Dio la cara, y pidió a Pilatos que le entregara el cuerpo de Jesús a lo cual Pilatos accedió con la condición de que ya hubiese fallecido. José de Arimatea descuelga al crucificado ayudado por Nicodemo, lo envuelve en una sábana limpia y deposita su cuerpo en un sepulcro de su propiedad, que nadie había utilizado. Colocó una gran roca para cubrirlo. Creo que este gesto desafiante de José de Arimatea, tiene un valor especial en un momento en el cual los discípulos de Jesús lo negaron una y otra vez, abandonándolo a su suerte. Ante la denuncia de que los discípulos de Jesús, rescatarían su cuerpo y dirían que había resucitado al tercer día, Pilatos ordenó una guardia pretoriana alrededor de la tumba. El desconcierto fue total. Las mujeres que llegaron a la tumba al tercer día la encontraron abierta en medio de soldados romanos anestesiados. Desde entonces la búsqueda ha sido inútil, lo fue para Pilatos, nunca lo hallaron. José de Arimatea fue encarcelado y vejado. Y todos los años desde entonces, Jesús resucita en el alma de la gente los domingos de resurrección.