PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

Las persecuciones desde Decio a Diocleciano

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Manuel Pablo Maza Miquel, S.J.Santo Domingo

El emperador Decio (249 - 251) quiso perseguir a los cristianos de una manera más sistemática. Mediante un Edicto General del 250, se ordenaba a todos los ciudadanos que sacrificasen a los dioses. Ese sacrificio sería supervisado y se le expediría una constancia [un libellus], un volante pequeño. Este volante certificaba, que su portador había sacrificado a los dioses. Algunos cristianos que tenían amigos o familiares entre las tropas, se consiguieron el “libellus”, sin haber sacrificado y así se libraron de la cárcel y la muerte. La comunidad los tildó de “libellatici”, los que con trampas se consiguieron el volante y se escaparon de la condena.

Como Decio también ordenó que se quemara incienso a los dioses, hubo cristianos “thurificati”, es decir, los “inciensadores” los que flaquearon y para librarse de las penas, quemaron incienso a los dioses. Y los “sacrificati”, los que se libraron sacrificando. En este momento ocurre una gran desbandada entre los cristianos, mucha gente que parecía sólida, flaqueó y se acobardó. Más adelante, la Iglesia se dividió. Unos decían: -- no aceptemos de nuevo en la comunidad a los que se acobardaron--. Siguiendo este pensar, algunos cristianos empezaron a negar la validez de los sacramentos presididos por sacerdotes que se habían acobardado y luego arrepentido. Otros, en cambio, pensaban de esta manera: -- si los que claudicaron consiguen que un cristiano que no se acobardó, un confesor, interceda por ellos, hemos de perdonarlos y recibirlos de nuevo, pues es Cristo quien preside cada sacramento. -- Esto trajo discusiones acaloradas y amargas divisiones que durarían décadas hasta los tiempos de San Agustín (Ü 430). El emperador Valeriano (253 -260) emitió en el 257 un decreto contra los bienes de las iglesias y reprimió a sus dirigentes.

Durante el dominio de Galieno (260 - 268) los cristianos experimentaron un cambio. Este emperador devolvió los bienes a la Iglesia y concedió la libertad para profesar el cristianismo, celebrar el culto y predicar el Evangelio. Los cristianos respiraron y hasta ya se acomodaban a esta situación de tolerancia. Creían que lo peor de las persecuciones había pasado, pero esa paz no duraría.

Una de las persecuciones más severas ocurrió durante el mandato de Diocleciano (284 - 305). En el 301, Diocleciano intentó responder a la crisis económica del imperio fijando los salarios, suprimiendo los concejos de las ciudades, obligando a los funcionarios a pagar sus gastos. Muchos ricos rehusaron a ser funcionarios. Los operarios debían continuar en los puestos que desempeñaban. Los que trabajaban la tierra como arrendatarios, ¡no podían abandonar las tierras! Los impuestos recaían sobre las clases más pobres, mientras los señores aumentaban sus propiedades a costa de los arrendatarios que no podían. Por doquier se sobornaba a los empleados. En las Galias, la opresión de los campesinos sería tan cruel, ¡que recibieron como liberadores a los invasores visigodos! Pero Diocleciano, todavía más estaba asustado por la amenaza de los bárbaros. Pensaba que la religión romana podía devolver al Imperio su aliento y fuerza. Por eso, en el 303 ordenó la demolición de los templos cristianos, exigió a los cristianos entregar sus libros sagrados, prohibió las celebraciones, las reuniones y el culto cristiano. Diocleciano descubrió, sorprendido y espantado, que varios de sus administradores imperiales ¡eran cristianos! En seguida los sometió a la esclavitud. Declaró que los cristianos eran incapaces de actos jurídicos. Quería recuperar el favor de los dioses y construir la unidad político religiosa para enfrentar la creciente amenaza bárbara.

Luego, Diocleciano promulgó un edicto contra los pastores acompañado de estrictas medidas, especificando la necesidad de que el clero cristiano sacrificara a los dioses. En el 304, lanzó un edicto universal: ¡todos los cristianos tenían que sacrificar a los diose! Esta persecución duraría hasta el 311. Pronto todo iba a cambiar.

El autor es Profesor Asociado de la PUCMM, mmaza@pucmm.edu.do

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