LO QUE NO SE VE

Las rupturas políticas y la clase media

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Ricardo Pérez fernández | ECONOMISTA Y POLITÓLOGOSanto Domingo

Geert Wilders, líder del Partido para la Libertad (PVV en sus siglas originales) y abanderado de los postulados de la ultra-derecha que va ampliando simpatías por todo Occidente, fue derrotado en las elecciones generales celebradas en Países Bajos hace unos días. El mundo esperaba con interés e incertidumbre el resultado de estas elecciones, puesto a que una victoria de Wilders, un populista de corte nacionalista-aislacionista; euroescéptico, anti-inmigración y anti-Islam, representaría el tercer triunfo de esta ideología, luego del Brexit en Reino Unido y de la ascensión de Donald Trump en los Estados Unidos.

Prematuramente, algunos celebran el “quiebre de la ola” que significa el renovado triunfo del primer ministro Mark Rutte y su coalición de partidos, no solo porque este haya logrado ---por el momento--- la imposición de la apertura social, cultural y económica sobre aquella que apuesta a la abstracción, sino porque su victoria fraguó tras una trayectoria y un contexto que lucen ser extrapolables a otras naciones europeas que pronto celebrarán elecciones, y donde también existe la amenaza populista de tipo nacionalista-aislacionista.

Tal como sucedió a Geert Wilders en las semanas antecedentes a la cita electoral del 15 de marzo, cuya candidatura perdía fuerzas y las necesarias alianzas para formar gobierno en un sistema parlamentario se desvanecían progresivamente, en Francia, la candidata presidencial por el Frente Nacional, y representante de la marca populista-nacionalista, Marine Le Pen, viene registrando un descenso paulatino en las encuestas, colocándose en la actualidad en un segundo lugar, al tiempo que sus potenciales alianzas para la ronda de balotaje lucen cada vez menos promisorias. En Alemania, Angela Merkel y la Democracia Cristiana fortifican su liderazgo, y las ofertas electorales de la ultra-derecha, van quedando relegadas.

Lo anterior va constituyendo motivo de celebración para quienes ven en el populismo de tipo nacionalista-aislacionista, el retroceso y la negación de los valores fundamentales de Occidente, y creo que esto resulta de fácil comprensión. Si la derrota de Wilders es un eslabón de una cadena, entonces tal vez el populismo ya se encuentre en reflujo, y el actual orden socio-político pueda ser preservado. Lo interesante, sin embargo, o lo útil, al menos en estos tiempos de tanta convulsión, sería entender el por qué avanzan o se detienen las rupturas políticas de estos tiempos.

Ruptura y clase media en el primer mundo El Brexit, Geert Wilders, Marine Le Pen y las demás ofertas políticas de derechas que van surgiendo o normalizándose en Alemania y los países nórdicos, tienen varios elementos en común. Todas, directa o indirectamente, culpan a la globalización de sus males, y a la inercia e incompetencia de los actores políticos tradicionales, la falta de respuestas que garanticen la protección efectiva de los ciudadanos y sus niveles de vida. En esto, tienen razón.

La globalización, tal como lo plantean Zygmunt Bauman y Carlo Bordoni, ha entronizado una especie de tiranía del gran capital, el que con amplia y ágil movilidad, busca incesantemente la maximización de sus rendimientos. En este trajinar, dichos capitales van generando transformaciones que crean problemáticas de escala global, pero que tienen que ser enfrentadas y resueltas por poderes locales, muy limitados y constreñidos.

Cuando los grandes capitales apuestan por la automatización y robotización en la fabricación y en el ensamblaje industrial, al tiempo que propician la deslocalización de las instalaciones mano de obra intensivas hacia latitudes donde se verifiquen condiciones de trabajo y salarios compatibles con las avaricias desmedidas del insaciable capital, se producen las condiciones socio-políticas que abren las puertas al populismo de estos días.

¿Por qué? Porque la automatización y robotización, más la deslocalización del resto de la cadena de producción industrial, disminuye significativamente los empleos de cuello azul que otrora constituyeron los fundamentos de la clase media de estos países. ¿Qué sucede cuando el capital promueve este tipo de reconfiguración? que no solo se deteriora el nivel de vida de las familias de ingreso medio, sino que esto se ve agravado ---entienden ellos--- por los flujos migratorios que provoca la afluencia de ciudadanos provenientes de países en vías de desarrollo. ¿Qué pueden hacer los gobiernos nacionales para hacer frente a problemáticas generadas a nivel global? Muy poco. El gran capital es muy difícil de regular, y su ansiosa codicia de renta, provoca situaciones que exceden la efectividad de las herramientas de gobernanza local.

¿Qué efectos tiene esta dinámica sobre el orden político establecido? Aquellos ciudadanos que van perdiendo holgura y privilegios paulatinamente, avanzan hacia la desesperanza. No razonan sobre lo complejo y enrevesado de las causas de su situación, sino que concluyen que todo cuanto sucede, ha de ser culpa de la clase política gobernante, corrupta y incompetente ---calificativos perennes para cualquier clase política, aparentemente---, la cual no vela por sus intereses. Y ahí, se presenta el caldo de cultivo perfecto para las propuestas populistas de corte nacionalista-aislacionista que prometen, cerrando sus fronteras al mundo en todos los ámbitos, recuperar la grandeza y gloria del pasado.

De lo anterior, derivamos una conclusión hasta ahora irrebatible: el sustento de los movimientos populistas de tipo nacionalistas-aislacionistas, se encuentra en las abatidas clases trabajadoras, antaño las ocupantes, casi con exclusividad, de los espacios de la clase media. Y estas mismas son las que se encuentran en los roles protagónicos de las rupturas políticas que se han protagonizado, y que van consolidándose en América Latina.

Ruptura y clase media en América Latina El derrumbe del gobierno del Partido de los Trabajadores y Dilma Rousseff en Brasil; el inesperado triunfo de “Cambiemos” y Mauricio Macri en Argentina; el posicionamiento de Andrés López Obrador y su partido MORENA en México, todos, se deben esencialmente a lo mismo: la reacción política de una clase media que va experimentando estancamiento y estrechez. Naturalmente, la situación económica en estos países, al igual que en los del primer mundo, por donde crecen silvestremente los nacionalismos, ha catalizado el malestar generalizado que ha ido desenraizando a los actores de la política tradicional, pero en esencia, ha sido la apuesta a lo nuevo ---sin importar mucho lo que “lo nuevo” represente--- por parte de la clase trabajadora lo que ha matizado los cambios en estos tiempos.

¿Cuáles características comparten todos los países aquí mencionados? Que con excepción de México, donde López Obrador no solo se fortalece a raíz de los descontentos existentes con la administración de Peña Nieto, sino que además por las continuas fustigaciones de Donald Trump, todos los demás son países donde la clase media ha excedido el 50% de su población en el presente o pasado reciente.

¿Qué valor explicativo tiene esto? Que como en el primer mundo, son ellas las más afectadas por los efectos de la globalización, estas apuestan mayoritariamente a los nacionalismos; y que en esos países latinoamericanos, como son ellas las más propicias a presentar, en magnitudes significativas, preferencias electorales cambiantes, estas son las que en efecto deciden cuándo brindarle la oportunidad a lo nuevo.

¿Por qué actúan así las clases medias de esos países latinoamericanos, y no, por ejemplo, las clases de menores ingresos o los encumbrados? Porque los de menores ingresos batallan diariamente por su supervivencia, y en la mayoría de los casos, su dependencia a determinadas asistencias del Estado, los hacen subordinados del orden existente. Los encumbrados siempre tendrán acceso directo al poder, y sus recursos e influencias les permitirán procurar soluciones sectoriales e individuales a sus problemas, muy al margen del resto de la población. Es así, pues, la clase media, la única que sustenta verdaderamente el imperio de la ley, y a quienes afecta directamente los dictámenes del poder. Por eso, si los del poder no proveen soluciones, estas se proponen cambiarlos por lo nuevo o lo diferente, y probar suerte.

Esto se puede confirmar en el propio caso dominicano, donde la mayor sorpresa electoral del certamen pasado ocurrió en la alcaldía del Distrito Nacional, justo donde reside la mayoría de la clase media del país. Sin embargo, la clase media dominicana no alcanza aún el 30%, lo que tal vez quiera decir, que la ruptura del orden político dominicano ---una que muchos desean---, en un marco de estabilidad económica y de relativa normalidad, aún necesite de dos millones de almas adicionales. Claro, esto así, salvo a que estemos ante un cambio de paradigma provocado por un fenómeno ancestral que siempre ha carecido de fuerza movilizadora: la corrupción. Veremos que pasa.

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