EL CORRER DE LOS DÍAS

El restaurante perpetuo

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MARCIO VELOZ MAGGIOLOSanto Domingo

En memoria del Arq. Pedro José Vega

Durante una de las últimas concesiones migratorias hechas por el tirano con el propósito de blanquear la raza, llegó al país una camada de inmigrantes procedentes de distintas regiones de España.

Transcurría el año de 1948. Hablar de la frontera en ese entonces era por decirlo de alguna manera, hablar del fin del mundo; de uno de los lugares más remotos y apartados, no solo de la República, sino del universo. La frontera tenía una fama casi paralela a la de cualquier infierno, pero para muchos españoles era un futuro ofrecido por Francisco Franco mejor que muchos de los campos de España, y para Trujillo el lugar ideal para blanquear la población dominicana la que según su hispanofilia, había perdido para del color suministrado por los conquistadores.

Del grupo que llegó destacaba entre todos una pareja de ideales comerciales acendrados. Como lo conquistadora pensaba que aun las minas del rey Salomón producían oro, pero en forma de monedas y que sus compañeros ganarían para gastar a manos llenos en la promisorita del Generalísimo cuya foto arreciaba en los titulares de la prensa española cubierto de medallas áureas y de gorros con plumas compradas a algún saqueador de tumbas faraónicas, Él era procedente de Asturias y ella, de Valladolid. La parejita inmediatamente llamó la atención de todos, no solo por tratarse de los únicos en ser marido y mujer, al menos eso decían ellos, aunque debió ser cierto ya que los requisitos migratorios de aquel entonces eran aún más rigurosos que los de hoy día, y porque confi ados sino decidieron asentarse en una de las más apartadas regiones de la frontera profunda, en el más alto promontorio de Loma de Cabrera y por lo inaudito de la naturaleza del negocio que emprenderían en aquel remoto lugar que era abrir un restaurante de cierta categoría, en un sitio en el que por lo menos, en veinte kilómetros a la redonda podrían imponer platos de iguana con variedades que permitieran apreciar, aunque pareciera absurdo, la carne que los caciques mas apreciaron.

No bastaron las advertencias que les hicieron sus compañeros de exilio, ni las risotadas de las autoridades locales, llegando en ocasiones a considerarlos fuera de sus cabales o locos, ellos perseveraron en su propósito y sin más rodeos se dieron a la tarea de emprender su proyecto.

En resumen, la idea se desarrolla de la siguiente manera, según el argumento que me facilitara mi compadre el arquitecto Pedro José Vega.

La pareja persevera al cabo de los años en el proyecto, haciendo la rutina diaria necesaria para tener todo listo para recibir el primer cliente que nunca llega. Pienso que se puede ahondar bastante en las recetas que prepararon para el menú, haciendo hincapié en platos exóticos en base a ingredientes autóctonos de la dieta indígena mezclada con ingredientes españoles y africanos y otros ya mezclados, sincréticos, etc…el asunto puede concluir con la llegada de un forastero que al cabo de cincuenta años llega al paraje y encuentra el restaurante solamente habitado por la viuda a la espera de ese comensal que nunca llegó y que por fi n al llega, ella solo puede ofrecerle la idea, el concepto inalcanzable del restaurante perpetuo que nunca existió. El comensal sonríe, le enseña a la viuda el título de propiedad revelador que el contrato fi rmado por ella y su marido había caducado.

El comensal le expresó que podría ayudarle dándole trabajo en un negocio sobre crianza de chivos, y ella que por vivir aislada nunca supo lo que era un chivo, pregunto sobre las diferencias entre un chivo y una iguana. La diferencia está en que las iguanas se arrastran y los chivos corren como diablillos. Convencida de que el nuevo dueño tenía todas las razones para desplazarla, volvió a su mecedora de guano, donde satisfecha durmió hasta que la llevaron al cementerio los bomberos, luego de haber apagado un incendio desatado en los cambronales, de Loma de Cabrera. Según mi compadre Pillito Vega, este cuento corría por la frontera cuando ambos éramos muchachos.

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