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El colmo y la calma

“Me caí del mundo y no sé por dónde se entra”. Eduardo Galeano.

No comprendo el mundo de hoy. Cada político, en esta y todas las latitudes, se cree un demiurgo y que los demás solo pueden llegar hasta el borde de su peana, desde donde deberán adorarles. Eso les impide ejercer la cordura y poner la sociedad por encima de sus intereses. Ejemplos de eso hay, en estos días, en España, Brasil, Venezuela y el propio Estados Unidos.

En nuestro país, por ejemplo, los “políticos” que participaron en el recién pasado torneo electoral se desenfocan de la cuestión más importante para el futuro democrático de la república y se enredan en dimes y diretes con el gobierno con pretensiones de incidir en la designación de los miembros de la Junta Central Electoral, del Tribunal Superior Electoral y de la Cámara de Cuentas, en desconocimiento franco de reglas de juego de la democracia, en cuyo marco, [...la soberanía reside exclusivamente en el pueblo, de quien emanan todos los poderes, los cuales ejerce por medio de sus representantes...]; o sea, que nuestros representantes tienen el poder -el cual Max Weber definió como “la probabilidad de que un actor dentro de una relación social esté en condiciones de hacer prevalecer su voluntad al margen de la base sobre la cual descansa dicha probabilidad”- y si procuraron el concurso de la oposición, no fue para tratar este tema, sino otros que sí le son afines, factor que deberían aprovechar dichos “políticos”, no para hacer patente su desideratum, sino para, al menos, proyectar desde dicho escenario, que es el que les queda, una visión uniforme e ideológica -la cual brilla por su ausencia- capaz de convencer a la población de que no luchan por repartos sino por la institucionalidad.

Pero para colmo, se destapan ahora exigiendo nada más y nada menos que el Presidente de la República participe en el diálogo, olvidando que éste juró respetar la Constitución y las leyes, las cuales exigen el respeto de la separación de poderes; pero olvidando más, y es que, si bien él ha hecho manifiesta su vocación de cercanía con la sociedad, eso no va a mermar su condición de estadista, sabedor de que la gestión de conflictos y la acción colectiva misma ofrecen siempre una estructura de restricción u oportunidad, no solo para su abordaje, sino también para la intervención de ciertos actores. Y algo peor aún, es probable que, aun cuando el hombre no es más que un hijo de sus circunstancias, en su fuero interno, el Presidente no vea en esta lucha más que una metáfora atenuada de la “”pera de cuatro cuartos”, de Bertolt Brecht.

Por tanto, es improbable que el Presidente pierda la calma y se preste para ir a bailar esa danza, cuyas partituras son la desesperación y la insidia, cosas que detesta.

El autor es abogado y politólogo

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