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Eugenio Montejo

Toda poética es el inicio de un viaje que puede ser breve, mediano o infinitamente largo. La poética de un autor tiene que ver con su disposición de hacer el viaje y con el equipaje que lo acompañe para ese caminar por los mundos de la palabra. No es problema sólo de años. Ni Rimbaud, ni Lautremont, ni Miguel Hernández, necesitaron muchos para dejarnos obras definitivas.

El poeta venezolano Eugenio Montejo (1938-2008) ya ha hecho un viaje probablemente total, y aún vive. Lo constatamos una vez más al releer la antología de Monte Ávila Editores, que recoge parte de su obra, hace ya varios años.

Montejo ha hecho ya el viaje y es total. Como en todos los poetas auténticos, el camino es sólo un desafío y hay que construirlo como reclamaba Antonio Machado: “Ignoro a dónde voy, / de qué planeta seré huésped, / a partir de cuál forma de materia / carbón, sílex, titanio / me explicaré después por aerolitos.

¿No hablan, en verdad, estos versos la misma lengua que el siguiente párrafo de Rilke: “como las diferentes materias del Universo no son más que diferentes coeficientes de vibración, preparamos de esta manera no solamente intensidades de naturaleza espiritual sino, ¿quién sabe?, nuevos cuerpos, metales, nebulosas y astros?”.

Texto éste recorrido por un tono de neutra lógica científica; por lo que, como ocurre en el poema de Montejo, la imaginación se reviste de normalidad. Sin embargo, como apunta Guillermo Sucre: “No habría que confundir lo cósmico con ninguna desmesura planetaria. No sólo porque la memoria de Montejo nos hace ver el universo desde cierta intimidad; igualmente, porque en toda su obra es muy evidente la entonación mesurada, la trama reflexiva y aún irónica que la aleja de cualquier desencadenamiento visionario o verbal”.

“Si vuelvo alguna vez / será por el canto de los pájaros. / Ö / lo que fue vida en mí no cesará de celebrarse, / habitaré el más inocente de sus cantos”.

La poesía de Montejo aumenta los espacios y dinamiza el tiempo. Es como si estuviéramos a solas en medio de las multitudes. Recobrar la soledad para poder comunicarse con los demás, parece ser el signo de la poesía y de la creación artística en general.

“No soy familia de esos árboles / que avanzan de muletas en su verdor / al patio de internado. Me toman / sin conocerme. Posan en mis cabellos / el compasivo silencio de sus ramas / y aguardan. Mi preceptor espía el fondo / de mis pasos como hurgando una sal / de placenta que me recoja. Ya nadie viene. / Ni madre que me conduzca por el río / de su sangre. Ni la buena pestaña / que se lleve mis ojos. Hastiada, la cabeza / se me hunde en el plumón de las costillas”.

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