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JUAN LINARES, SDBSanto Domingo

Cambiar la identidad de determinadas cosas o acontecimientos es muy delicado y preocupante, especialmente, si se trata de algo que tiene un valor fundamental, no importando la finalidad o el método que se usen para ello.

En la historia de la humanidad se produjo un acontecimiento que desbordó todo lo inimaginable, fue lo mejor que pudo suceder.

Se trata del hecho por el que Dios se hizo ciudadano del mundo, haciéndose hombre como nosotros.

Desde ese momento cambió la historia de la humanidad y comenzó una nueva y definitiva época.

El nacimiento de Jesús es lo que celebramos los cristianos en la Navidad. Por tanto, la identidad fundamental de la Navidad es celebrar el Nacimiento de Jesús.

Lamentablemente, la celebración de este acontecimiento, en un porcentaje muy elevado, está perdida o deteriorada. Las navidades celebradas en muchas partes, se han convertido en un montaje con un ropaje que solemos llamar “típico de la navidad”, pero con un contenido eminentemente profano y, muchas veces, despilfarrador.

de esta manera se han convertido en lo contrario a la Verdadera Navidad.

La consecuencia de esto es que hay muchas celebraciones de navidad en las que falta lo esencial: celebrar el Nacimiento de “el Dios con Nosotros”, que es Jesús. Se trata de algo sumamente grave para la humanidad.

Es urgente que nos propongamos recuperar la Verdadera Navidad y para ello, lo mejor es hacer el camino que nos conduzca al nacimiento de Dios. Este camino tiene el nombre de Adviento y son las cuatro semanas que preceden a la Navidad como tiempo de preparación para el nacimiento del Mesías. La Iglesia propone este camino a la comunidad cristiana.

El adviento es un tiempo privilegiado para la toma de conciencia de nuestra identidad para que nos situemos oportunamente y asumamos nuestras responsabilidades, recordando el pasado, viviendo el presente y preparando el futuro.

Es un tiempo maravilloso para revisar nuestra vida a la luz de Jesucristo, examinando de conciencia desde una doble perspectiva, la del arrepentimiento y la del agradecimiento.

El adviento nos invita a vivir siempre vigilantes, caminando por los caminos que Dios nos ha trazado, que son caminos de verdad, de justicia y de amor. Corremos el peligro de dormirnos o de desviarnos por los caminos que nos fabricamos, de acuerdo a nuestros propios intereses e individualismos.

No dejemos que se emboten nuestras mentes.

En el adviento hemos de enderezar caminos, proyectando nuestra vida, con toda energía, hacia la nueva tierra y hacia los cielos nuevos. El adviento, además, prepara y anticipa el futuro. Nos invita a preparar la Segunda Venida del Señor, cuando venga “en la majestad de su gloria”, pues caminamos hacia una plenitud.

La mejor compañía que podemos tener en el camino del adviento es el de la Virgen María.

Ella preparó maravillosamente la Primera Navidad.

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