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ORLANDO DICE...

Siguen pasando haitianos

EN LA LÍNEA.- El hecho material alante. Dan cuenta de que por las cercanías de Mao, y en menos de una semana, dos guaguas de transporte público llenas de haitianos, y que iban de Dajabón a Santiago, se accidentaron. Léase bien. No es gente que cruza el Masacre a pie o se escabulle por los montes, sino que se desplaza por las carreteras de la Línea Noroeste, como -se dice que- anda Pedro por su casa. La percepción detrás. El obispo Mao-Montecristy dice que los haitianos están volviendo, y que ahora podrían ser más que antes. Y lo hace con conocimiento de causa, pues su pastoral cubre la región. Si -según el refrán- lo mucho hasta Dios (que está en el cielo) lo ve, qué podría decirse de sus representantes en la tierra. No es un fenómeno, es una realidad, y fuera bueno que las autoridades explicaran la situación. No puede estarse librando batallas en la capital y en el extranjero, y en el interior del país el negocio de haitianos, a la clara, seguir a mil. Habrán puesto cerrojo, pero no candado, y en caso que sí, con la llave puesta...

SIN DUDAS.- Esa situación que ahora se descubre por obra de la casualidad, de dos accidentes ocurridos en menos de una semana, es la de siempre. La que creó el problema, y lo agudiza. Una migración que no se detiene, una frontera porosa por el monte, por el río y por la carretera, y una vigilancia presta y dispuesta al soborno. Los haitianos que venían en esas guaguas de Dajabón a Santiago, no los traía el presidente Michel Martelly, ni el premier Evans Paul, ni el canciller Lener Renaud, ni el equipo de trabajo de la ONU, ni la comisión de la OEA, ni las muchas entidades de Derechos Humanos de diferentes países que protestan el trato. No, no y no. Los traían dominicanos, por cuenta propia o por contrato, para servir a dominicanos, pero en todos los casos se aposentarían o están aposentados en territorio nacional. Los mismos haitianos de siempre, los que con pisar la tierra de la República se convierten en dominicanos...

LA PERVERSIDAD.- Ojalá que la comunidad internacional no se entere de estos accidentes, pues no aceptarían que fueron obras de la casualidad, sino una acción consciente y dirigida contra los haitianos. No solo campos de concentración, o apartheid, o centros de tortura, o persecución nazi, o apatridia, o desnacionalización, o racismo, o xenofobia. Ahora -también- volcaduras de guaguas a posta para que mueran sus pasajeros haitianos. De seguro que en los próximos informes del Departamento de Estado, y de Amnistía Internacional, y de American Watch, figurarán estos accidentes, que podrían ser normales en esas carreteras de la Línea Noroeste, pero que contando entre sus víctimas a los haitianos, se transforman en hechos extraordinarios. Sin embargo, los encargados oficiales no se dan cuenta de la complejidad del asunto haitiano, o de que a República Dominicana la mantienen bajo acecho. La prensa extranjera, y ya no solo norteamericana, conoce más de la situación que la dominicana. ¿Cómo se enteraron de que haitianos vivían en un resort abandonado?...

BUENO TODAVÍA.- El alma dominicana, sin embargo, es buena, pues a pesar de este insoportable acoso de la comunidad internacional, o de países y organismos muy específicos, no se produce una reacción violenta contra el haitiano. A pesar de que se aposenta por doquier y va y viene por las calles de barrios y ciudades. Si no fuera por el problema haitiano, nadie se metiera con República Dominicana, pues no tiene más ni menos que nadie. E incluso es posible que hacia afuera tenga más cosas que mostrar que lamentar. Cuando uno lee como se expresan los franceses de los migrantes, aun cuando tiene un pasado colonialista, o ahora los flemáticos ingleses, y sin entrar en consideraciones respecto a la Unión Europea en su conjunto, tiene que reconocer que nadie se contiene más que el dominicano. Nadie escucha en boca de los mandatarios dominicanos expresiones descompuestas, como las proferidas recientemente por David Cameron, ni toman medidas tan drásticas contra los caseros que arrienden viviendas a los ilegales. Todavía queda decencia, virtud...

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