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COGIÉNDOLO SUAVE

Cundango secreto

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MARIO EMILIO PÉREZSanto Domingo

Durante la década del cincuenta había en el país enraizado prejuicio contra los homosexuales, años en que la capital dominicana era recorrida por un vendedor de dulces amanerado, conocido por el apodo de Juan Arepita.

Repiqueteando una campanilla de forma continua, llevando con perfecto equilibro sobre su cabeza una amplia y bamboleante bandeja de madera contentiva de su variada mercancía, el flaco mercader era esperado en horario del mediodía por su clientela.

Un vecino de mi barrio San Miguel afirmaba que no podía dormir su acostumbrada siesta si no le enviaba a su estómago alguna golosina de las que voceaba con atiplada voz femenil el esforzado caminante.

“Llevo dulce de naranja, piñonate, bizcochos mojados con almíbar, choco choco” repetía, a veces acompañado por las risas burlonas de los niños, o de uno que otro adulto. La vestimenta del dulcero apenas mostraba diferencia con la de cualquier mujer, porque hasta sus pantalones habrían podido ser calificados de “bisexuales” por algún bromista.

Un día varios jóvenes agredieron en la calle Mercedes al inofensivo distribuidor de azucarados productos, el cual trataba inútilmente de evitar con sus brazos los puñetazos que caían sobre su escasa anatomía.

Presencié apenado el abuso, que fue oportunamente enfrentado por un agente policial, provocando la estampida de los atacantes.

Años después me enteré de que uno de aquellos presuntos machazos había participado en una especie de festival bailable en un prostíbulo propiedad de un conocido cundango. Dijo que el tipo había bailado varios boleros de cara pegada y contoneo de nalgas con el comerciante consumidor de la carne de cocote.

Y una noche en que me encontraba compartiendo con varios amigos en una barra llegó el gratuito participante en la colectiva golpeadura.

Como ya había circulado por mi cuerpo una moderada cantidad de ron, me fallaron los frenos de la prudencia, y le dije: usted, cuando era joven, le daba golpes a los pájaros humanos, pero bailando con el homosexual fulano, lo que le aplicó fueron golpes de barriga.

Esbozando una sonrisa forzada el abusador se marchó apresuradamente y todavía hoy, cuando nos topamos en cualquier sitio, me da una mirada de las llamadas “de mala voluntad”.

Lo que no sé es si le gustan las mujeres, o ponerse los hombres de mochila, o juega las dos bases en el béisbol de pareja sentimental.

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