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DE CERCA

La capacidad de agradecer

Con toda esta revolución que se ha generado en torno a la supuesta tendencia de la red social de Facebook, el juego ruso de “La Ballena azul”, y que ha sido relacionada con el aumento de suicidios de adolescentes, así como la serie de Netflix “13 Reasons Why”, me pregunto ¿Qué está pasando con nuestros hijos? Sin duda la nueva generación tiene una gran oferta de información disponible en contextos jamás imaginados por los niños de mi época. La tecnología ha llegado para mejorar muchas cosas, pero de igual forma ha contribuido para estropear otras. En definitiva no podemos alejarlos de los dispositivos electrónicos; lo que sí podemos es limitar su uso y reforzar los niveles de supervisión. En algún momento del camino la sociedad fue perdiendo la capacidad de agradecer. Con la intención de hacer su vida “más feliz”, damos a nuestros hijos las cosas que entendemos “nosotros no teníamos “. Me atormenta pensar cuál será el futuro si nos hemos convertido en una generación que temía a sus padres y ahora teme a sus hijos. Aplicamos tanta democracia en el hogar que es la prole quien decide el menú de la semana, con la idea de que se sientan “involucrados”. Nos hemos convertido en consentidores de todas las malcriadezas imaginadas, solo para que nuestros hijos no se sientan “rechazados”. Los fines de semana somos una especie de empresa de diversión buscando siempre qué hacer para que ellos no se “aburran”. La nueva generación ha perdido la capacidad de agradecer porque le damos todo. En mis días de niña agradecía cuando podía comer chocolate, no porque las condiciones económicas no lo permitieran, sino porque mis padres eran enfáticos cuando sostenían su teoría de la alimentación sana. Pocos son los niños que comen zanahoria por decisión propia, y aun así le preguntamos antes de servir el plato. Si bien es cierto que en la etapa de la adolescencia los jóvenes son vulnerables a ser influenciados a prácticas desastrosas, igualmente es real que quienes poseen una base familiar robusta y encuentran en sus hogares comprensión y amor, son menos propensos a caer en estas trampas. El internet es una ventana al mundo, pero no siempre los niños tienen la suficiente madurez para navegar. Esta red no es una niñera que puede “entretener” a nuestros hijos mientras trabajamos o vamos al salón de belleza, es importante que invirtamos tiempo para filtrar los contenidos a los que están expuestos. Yo creo firmemente que nuestro reto como padres es enseñarles a valorar las cosas positivas que tienen. A desarrollar su inteligencia emocional, a fortalecer su autoestima. Empecemos junto a ellos a prestar atención a las bendiciones que a diario Dios nos regala. Es fundamental reeducarnos para aprender a experimentar el agradecimiento como un pilar de mejoría de la calidad de vida. Por favor no entreguemos a las redes nuestro más importante tesoro: nuestros hijos... Aún estamos a tiempo. ¡Hasta el lunes!

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