COSAS DE DIOS

Como partes, Él te reparte

Una muchacha llena de dones y bondad, pero también con muchas ocupaciones en su vida, se ofrece para brindar un servicio en su iglesia. Lo que le cae encima es un trabajo descomunal que ella asume con responsabilidad y compromiso. Consiste en recortar y pegar mensajes, un proceso laborioso que, para poder adelantarlo, ella recluta personas y, a donde quiera que va, se lleva el material. Así aprovecha las filas en el banco, o los turnos en cualquier lugar, tijeras en mano. De ese modo, el trabajo, que pudo tomar varias semanas, se acaba en una. En la recta final, otros colaboradores también dan de sí y, en cuestión de horas, todo está concluido y perfecto.

Lo que hicieron da sus frutos y los mensajes llegan, prueba de ello son los testimonios que surgen. Pero esta chica, cumplido su deber, solo se retira y continúa con sus tareas cotidianas. No pide reconocimiento, ni paga alguna. Trabajó para Dios y eso es suficiente.

Pero el Señor no se queda con lo de nadie y, pasado un tiempo corto, esta muchacha tiene un testimonio del resultado de aquella labor que hizo de manera desinteresada. Y, además de estar dispuesta a dar este testimonio, también reitera su disposición a trabajar de nuevo.

Esa manera de actuar, a mi entender, es la única que garantiza que puedas recibir la Gracia de Dios. Porque si haces cualquier cosa como un trueque, “yo te doy y tú me das”, ni te sientes a esperar recompensa. El trabajo que Dios premia es aquel que realizas sin esperar nada a cambio, con la plena convicción de que llevarlo a cabo, servir, es lo único que importa. Y si esa satisfacción es lo único que recibes, debe ser suficiente.

Dios es tan justo que cuando algo no funciona bien en nuestras vidas, no estaría de más cambiar el punto hacia el que estamos mirando. En lugar de fijarnos de dónde viene, por ejemplo, nuestra crisis económica, si con frecuencia enfrentamos necesidades y carencias, vamos a observar cómo anda nuestra generosidad. Cuánto de lo que recibimos damos a otros, cuáles de nuestros dones ponemos al servicio de los demás. En fin, cuánto repartimos.

Insisto, la justicia de Dios es exacta, distribuye sin quedarse con lo que le toca a nadie. Y, como a la chica de quien hablé al inicio de este escrito, puede devolverte a ti, cuando menos lo esperas, el fruto de un trabajo desinteresado hecho con amor para los demás. También, podría ocurrir que recibamos pocas bendiciones porque Él nos las hace llegar en el mismo número en que las repartimos entre los otros, nuestros semejantes. Porque, como tú partes, así mismo, Él te reparte.

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