COSAS DE DIOS

A cien años

Hay quienes no creen en la Virgen ni en los milagros que por su intersección muchos han recibido. Yo tampoco creía. Me pasé la mayor parte de mi vida observando con suspicacia a esas señoras que se ponían una mantilla para peregrinar hasta Higüey. Pensaba que hacer el Rosario era una cuestión de viejitas y, honestamente, de gente algo ignorante.

La connotación negativa de las letanías, pienso ahora, obedecía al escepticismo natural en los jóvenes, la falta de identificación con una tradición que nadie nos explica y que, por sí sola, no resulta atrayente y su deformación en libros y películas donde los rezos suelen asociarse más al mal que al bien. Revise y se dará cuenta.

El caso es que, lo he dicho, empecé a creer en los milagros, por intervención de la Virgen, cuando me tocó hacer un reportaje sobre el tema y llegué, toda escéptica, a la Basílica. Dios lo sabe. Pero cuando los testimonios de comerciantes, madres y personas de distintos niveles quedaron registrados en mi libreta de apuntes, también el Señor los escribió en mi alma. Me dije: no puede ser que todos estén equivocados.

Años más tarde, tuve el privilegio de pisar el Santuario de Fátima, de cuyas apariciones se cumplen cien años este 13 de mayo, de nuevo como periodista y, otra vez, había en mí algo de escepticismo. En esa ocasión, porque no entendía que un lugar fuera santo 80 años después de que se produjeran allí unas apariciones.

Pero, con tan solo pisar el santuario, percibí una presencia intangible que no puedes explicar, solo sentirla. Sobrecogida, a esa presencia le pregunté si nunca sería madre. Ella me respondió que tendría un varón. Fue a finales de enero de 1997. Quedé embarazada en febrero y mi hijo nació en noviembre de ese mismo año. Usted puede creerme, o no. Está en su derecho. Ahora, yo sí creo aunque, como muchos otros, no correspondo al molde de las viejitas con las mantillas, ni de las personas sin escolaridad.

María es la Madre del hijo de Dios, lo afirma el Credo, donde los profetas resumieron la base de nuestra fe y que aún los católicos repetimos durante la misa. Si aceptamos esa verdad como un hecho irrebatible, el que, al día de hoy, María continúe intercediendo a nuestro favor, en sus distintas advocaciones, como lo hizo en las bodas de Caná, no debe sorprendernos. Yo creo en los milagros por su intersección y en que su presencia santifica un lugar no importa si ha pasado un siglo.

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