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COSAS DE DIOS

Un milagro de muchos

Es domingo y llueve. Todos estamos en la casa. En mi habitación, la única zona con Wi Fi -sí, lo hice a propósito- mi hijo menor, Jorgito, revisa sus redes sociales.

Entonces, con esa flema que no heredó de mí -Yo lanzo un grito si me dan una buena noticia y lanzo otro grito si lo que me cuentan es malo- con su paciencia habitual, sin alharaca, Jorgito comenta, “Mami, una buena noticia, parece que sor Alma está mejor”. “¿Por qué lo dices?”, pregunto. Él responde, “escucha”. Y oigo la voz de sor Alma en un mensaje dirigido a los alumnos y profesores del colegio Quisqueya.

Es un mensaje espontáneo, sin ningún artilugio, y marcado por la emoción. Ella lo grabó, así lo dice, cuando acababa de llegar del médico que la ha declarado libre de cáncer.

Lancé un grito. ¡Qué alegría!, le digo a mi hijo. Y escucho la voz, de esa profesora tan especial que es sor Alma, explicar, con una sencillez conmovedora, su felicidad por el milagro del que promete dar testimonio. Agradece a sus hermanas de congregación, a todos aquellos que han orado por ella, a la virgen y, por supuesto, a Dios.

Yo había orado por sor Alma y preguntaba siempre por su salud en el colegio donde aún estudia Jorgito. Antes, también, estaba Laura. Ocurre que, casi en último año, mi hija quiso cambiar de escuela y la complací. El día que acudí para informarlo, esperaba a la coordinadora de bachillerato, cuando sor Alma entró a la oficina. Me saludó como siempre y, gracias a ese instinto de los profesores veteranos, preguntó que si pasaba algo con mis hijos. Le dije que sí, que la niña había decidió no continuar en el colegio.

Y esta religiosa, que debe estar pendiente a centenares de estudiantes, me habló de Laura igual que si la tuviera ante ella, como su alumna, todos los días, pese a que no imparte docencia por su condición de directora. Me mostró que conoce sus habilidades y debilidades. Que estaba atenta a la evolución de mi hija.

No se quejó porque la niña se iba, lo que lamentaba es que su título de bachillerato no diría Colegio Quisqueya. Ese día, calibré la dimensión de sor Alma como educadora. Y, luego, con su enfermedad, eché mucho de menos su presencia en el colegio. Ahora ha prometido reintegrarse. Dios ha sido bueno con ella y con nosotros. ¡Qué alegría tenerla de vuelta! Sor Alma debe saber que su milagro es también el nuestro, el de los alumnos y los padres de todo el colegio.

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