La transparencia, fácil pedirla, difícil practicarla
Reclamar transparencia, en el manejo de los recursos públicos, es un deber ineludible de toda sociedad. Y una obligación a la cual no puede renunciar ni mediatizar un gobierno.
Mientras persistan zonas brumosas, insondables, ocultando o manipulando el real uso del erario, una lógica indiscutible revelará la presencia de prácticas corruptas o la existencia de condiciones para que estas se den.
Si bien existen en el país mecanismos legales para propiciar y asegurar la transparencia, entre ellos la ley de contrataciones públicas o la de la declaración del patrimonio, los avivatos, tanto los que se agazapan en el sector oficial como en el privado, se las ingenian para esquivar sus alcances.
Es lo que ocurre cuando se trata de licitaciones públicas para adquirir bienes y servicios o para adjudicar o concesionar obras de infraestructura del Estado. Si las reglas o requisitos resultan maleables por el efecto de una operación de soborno o manipulación de dichas normas, entonces el objetivo de la transparencia queda trunco.
Si vamos al caso de los patrimonios personales de los funcionarios nombrados por el Poder Ejecutivo o electos por el voto popular, el apego a la transparencia debe ser mayor para que no se les ocurra engrosar riquezas sobre la base de succionar al erario o recibir sobornos para aprobar concesiones o para devaluar o sobrevaluar, según sea el caso, un bien público.
Es una vergüenza que existiendo una ley que exige esta rendición de cuentas, los funcionarios o las autoridades electas se hagan de la vista gorda y se resistan a mostrar sus verdaderos patrimonios. Más vergüenza da que el Gobierno o la justicia no los obliguen a cumplirla.
Este es apenas un pequeño pero elocuente ejemplo de que, en materia de transparencia, es más fácil reclamársela a un sector, que practicarla en el propio.
Esto ha sido y es así, tanto si se trata de partidos o líderes políticos o grupos populares o sociales, sindicatos o entidades no gubernamentales, que pocas veces hacen galas de la transparencia que exigen a otros, resistiéndose a mostrar o publicar de dónde les llegan o cómo gastan los recursos que reciben.
Porque es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio.