Cerrándole el cerco a la delincuencia
Por el nivel de hacinamiento y de vericuetos que predominan en los barrios más empobrecidos de la capital, estos se han convertido en refugios favoritos de los delincuentes para evadir su captura por parte de las autoridades.
Ir tras ellos, a sus madrigueras, no es una tarea fácil porque a menudo logran la protección de los propios vecinos que, aunque no pudieran estar de acuerdo con sus fechorías, no se arriesgan a denunciarlos por temor a represalias.
En un contexto así luce necesario el despliegue masivo de tropas mixtas de policías y soldados para acordonar perímetros de esos barrios desde la madrugada para detectar trasiego de armas y drogas y, al mismo tiempo, a personas fugitivas o sospechosas de haber delinquido.
En la primera jornada de intervención de los barrios, las tropas incautaron toneladas de cocaína y otras drogas, así como armas ilegales, y detuvieron a decenas de personas que tienen cuentas pendientes con la justicia, dando carácter de ese modo al plan de emergencia para la seguridad ciudadana puesto en marcha hace una semana.
Ante un incremento de los casos de raterismo, homicidios y atracos, que la prensa y las redes sociales reportan a diario, la respuesta de la autoridad no podría ser la de andar con paños tibios frente a aquellos que se han dedicado a fastidiarle el derecho a la libertad de tránsito, a la paz y al sosiego a millones de ciudadanos que solo quieren trabajar y vivir sin riesgos.
Es preciso que el brazo de la autoridad deje ver su fortaleza y su firme determinación de controlar esta epidemia de hechos delictivos, sin incurrir, por supuesto, en atropellos a los derechos humanos de los ciudadanos que actúan por la ley.
La paz social es un valor que todos cuidamos y anhelamos mantener. A los que pretendan sabotear esta aspiración ciudadana hay que hacerles sentir que se les cierra el cerco y que la sociedad no está dispuesta a seguir viviendo bajo el imperio de sus desmanes.