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EDITORIAL

Aprisionados por el miedo

Todas las formas inimaginables de delincuencia se están haciendo presentes en la sociedad dominicana, retando la imaginación y la capacidad de las autoridades para enfrentarlas.

Las capitales latinoamericanas que hoy registran los más altos niveles de delincuencia han llegado a estos extremos después de lidiar, durante más de veinte años, con formas novedosas de robos, atracos y vicios ilegales.

No sería ocioso que un equipo de la Policía examinara estas experiencias con sus pares latinoamericanos, para poder establecer cómo se han reciclado estos patrones de la criminalidad, especialmente los que están conectados al auge de la drogadicción y el narcotráfico.

Hasta ahora, los atracos callejeros y los robos en casas de familia o en comercios que ocurren en el país permiten a la Policía llevar un registro de los perfiles de delincuentes que se especializan en estos menesteres.

Pero en la medida en que se incrementan otras modalidades, derivadas del sicariato, los secuestros, los engaños y fraudes, como acontece con los que malévolamente usan el 9-1-1 para encubrir fechorías, las respuestas y las previsiones policiales deben de modificarse necesariamente.

Hemos llegado ya a un punto en que los residentes de distintos sectores del Gran Santo Domingo han tenido que asumir sus propios mecanismos de protección y previsión ante los cotidianos ataques de los atracadores, recluyéndose en sus hogares y dejando las calles vacías, llenos de temor.

Los últimos atracos a bancos y empresas comerciales, a plena luz del día y con sorprendente ostentación de violencia y sangre fría de los criminales, acentúan la sensación de inseguridad, que nadie será capaz de aminorarla usando estadísticas ni limitando la gravedad del problema al factor percepción.

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