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EDITORIAL

Las mujeres entran en la delincuencia

El raterismo era hasta hace poco un oficio de “tígueres” que, al generalizarse como quehacer lucrativo, dio paso a la organización de pandillas hasta alcanzar su expresión más siniestra en el sicariato.

Los carteristas o atracadores de la calle, los de antes, usaban zapatos tenis para poder escabullirse de la policía huyendo por calles y callejones, y raras veces mataban.

Cuando llegaron las facilidades de las armas y las motocicletas, el oficio atrajo a muchos. Pero los ciudadanos también comenzaron a armarse para enfrentarlos y desde entonces el intento de atraco se ha convertido en un duelo a muerte entre la víctima y el agresor.

La actividad delictiva fue “reinventándose” y, copiando un patrón de las mafias del crimen organizado, incorporó a niños de la calle que por su apariencia de mendigos o huérfanos no despertaban sospechas.

Cuando las drogas se diseminaron sobre todo el cuerpo social, al punto de que ya los iniciados comienzan a los 8 años, según ha dicho el jefe de la Policia, todo el espectro criminal fue cobrando las dimensiones de flagelo que tiene al día de hoy.

Para no parecer excluyente en una época en que se promueve la “igualdad de género” , las mujeres no se han quedado atrás.

Desde hace meses operan bandas de mujeres asaltantes, de cuyas fechorías dan cuenta las redes sociales. Mujeres que andan bien vestidas, pero armadas, y se mueven en malls o grandes centros de comercios, y pillan los bienes de féminas distraídas o muy confiadas.

En estos días dos mujeres atracaron a un hombre corpulento que se proponía entrar a un banco a depositar dólares, y lo dejaron pelado. Con una pistola puesta en el cuello no tuvo más remedio que marcharse tranquilo, sin poder ejercer retaliación. Y hasta con algo de vergüenza al comprobar lo vulnerable que era, pues jamás pensó que podrían ser mujeres y no hombres las que lo dominarían.

Con esta amalgama de delincuentes, lo aconsejable es no confiar en nadie. Triste conclusión en una sociedad que debería vivir más segura y tranquila, menos sobresaltada y en peligro todos los días, a cualquier hora, en cualquier lugar, y en una circunstancia en que la mujer noble y buena es siempre una tenaz luchadora y protectora de la vida, raramente involucrada en delitos como éstos.

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