Vida Verde

VIDA VERDE

El sendero educativo del Jardín Botánico Nacional

Iniciado en 2015 e inaugurado a finales de 2021, son unos 90 mil metros cuadrados dedicados a explicar la flora precolombina, poscolombina y contemporánea de la isla.

Inicio del sendero educativo, frente al jardín japonés. ©Yaniris López / LD

En agosto pasado, como parte de las actividades por su 46 aniversario, el Jardín Botánico Nacional (JBN) organizó un recorrido con comunicadores sociales por diferentes áreas del parque.

Querían mostrar el ‘otro’ botánico, el de las investigaciones, las propuestas científicas y culturales, aportes educativos, el del reservorio natural poco conocido repartido en sus casi dos millones de metros cuadrados. Una de las áreas visitadas, el Sendero Educativo, asegura una experiencia diferente y al mismo tiempo plena sobre la esencia de la institución. Iniciado en 2015 e inaugurado a finales de 2021, son unos 90 mil metros cuadrados dedicados a explicar la flora dominicana desde la época precolombina, las especies llegadas a partir de 1492 y la flora contemporánea.

El paseo, pues, inicia en la Aldea Taína, levantada con un diseño basado en la evolución histórica de la isla: sus cultivos, flora y vivienda.

Esa aldea taína; un rancho explorador con información sobre los más importantes exploradores botánicos y sus hallazgos; un rancho forestal que muestra la importancia y el uso de la madera y una casa rústica con su conuco mixto que enseña cómo es la vida en el campo dominicano son las únicas infraestructuras.

El resto es un sendero franqueado por las más diversas representaciones de la flora autóctona, un paseo que debe hacerse con tiempo, con calma para deleitarse en las características que hacen únicas especies como el guaconejo, el caimito rubio, la campanilla criolla, el mamey, las aromáticas y medicinales utilizadas en el campo dominicano o el árbol usado por los taínos para hacer el rito de la cohoba (Anadenanthera peregrina).

No faltan especies introducidas que hoy forman parte de la cultura gastronómica dominicana como el cacao, la caña de azúcar y el café.

Y, llenando el paisaje, para las almas de aspiraciones simples -y hondas- están las hierbas y las flores silvestres, los retoños de las semillas que caen al suelo y se reproducen como por arte de magia y las trepadoras con sus tallos ensortijados; detalles que, más que descuido, aportan al sendero educativo una apacible e inspiradora belleza verde.