Tecnología

¿Google Earth era un invento alemán y los norteamericanos robaron la idea?

Pavel Mayer y Axel Schmidt en la imagen, junto con su invento en 1994.

Pavel Mayer y Axel Schmidt en la imagen, junto con su invento en 1994.

Esta historia no figura en el Génesis. Ni en ningún otro sitio. Pero los creadores a los que nos referimos reprodujeron el mundo al completo, y lo hicieron de tal manera que cualquiera pudiera recorrerlo y explorarlo de forma virtual. A su obra a veces se la llamaba ‘la máquina de Dios’. La idea de proyectar virtualmente al detalle el mundo en una pantalla, que la gente pudiera acercarse a cualquier calle, a cualquier casa, parecía tan osada, tan irrealizable, que lo de ‘la máquina de Dios’ no sonaba exagerado.

«En todos los lugares donde se presenta esta maravilla, la gente se arremolina para verla », decía una crónica de la época. Esta es la historia olvidada de un logro excepcional, la historia de unas personas que se adelantaron más de diez años a su tiempo. También es la historia de unos inventores que se sintieron injustamente privados de una merecida fama, usurpada por un gigante tecnológico llamado Google.

Si el productor y guionista Oliver Ziegenbalg no la hubiese rescatado del olvido para convertirla en una serie de Netflix (El código que valía millones), su protagonista – el programador Axel Schmidt– y sus compañeros seguirían siendo unos héroes en la sombra.

Esta es la historia olvidada de un logro excepcional, de unas personas que se adelantaron más de diez años a su tiempo y que se sintieron injustamente privados de una merecida fama

Schmidt no es un hombre amargado. Es un hombre feliz de 57 años que prefiere pensar en el futuro y no en el pasado. «Me alegra que todo haya salido así –dice–. Gracias a eso he podido disfrutar razonablemente de mi vida». Él no era el típico nerd cuando, allá por los años ochenta, se mudó a un Berlín todavía partido por el Muro. Sí, había trasteado un poco con ordenadores personales y tenía algo de idea de programar. Estudió Ingeniería Aeroespacial y empezó a escribir el código para sus creaciones visuales.

Tras la caída del Muro se unió a los jóvenes que ocuparon la WMF-Haus, icónico edificio situado en el céntrico distrito de Mitte. Allí, Schmidt coincidió con los integrantes del colectivo Art+Coma, a la vez grupo artístico, reunión de hackers y agencia de servicios informáticos, aunque sin ánimo de lucro, como siempre recalcaban. Entre aquellos pioneros del arte digital se encontraba Joachim Schauter, quien sería el diseñador artístico del futuro proyecto. El hacker Pavel Mayer y Axel Schmidt se sumaron al grupo.

La caja de las maravillas Fue ahí donde, para entusiasmo de todos, un buen día una furgoneta descargó un palé con una caja enorme. En su interior se encontraba una de las máquinas más prodigiosas de aquellos tiempos: un ordenador gráfico de la empresa estadounidense SGI llamado Onyx. Schmidt y sus compañeros fueron los destinatarios de uno de los primeros equipos enviados a Europa. Pudieron permitírselo gracias a los fondos de financiación de proyectos digitales de la compañía telefónica Deutsche Telekom.

«Me puse a juguetear un poco con las demos que venían con el ordenador», cuenta Schmidt. Entre ellas había un globo terráqueo de gráficos muy simples, una malla de líneas brillantes. Schmidt se propuso convertirlo en un mundo de verdad, con mares, continentes, accidentes geográficos...

Era una idea tan fantástica como insuperables parecían los obstáculos que había que salvar para hacerla realidad. El principal de ellos era cómo hacer pasar una cantidad casi infinita de datos por una limitada memoria de textura. Por otro lado, ¿de dónde podían sacar todas las imágenes por satélite y fotos aéreas necesarias para recrear hasta el último rincón del mundo?

Finalmente, Schmidt logró desarrollar un algoritmo que resolvía el problema del enorme caudal de datos. También acabaron consiguiendo las imágenes. Al poco tiempo, cuenta Schmidt, ya eran una docena de personas trabajando en un proyecto al que empezaron a llamar Terravision.

Al Gore quedó impresionado. Poco después, el ejército de EE.UU. preguntó si podía comprarlo. Los inventores de Terravisión se negaron a hablar con militares

En 1994, Telekom lo presentó en la Conferencia Mundial de las Telecomunicaciones de Kioto. Al año siguiente llevaron su mundo en una pantalla a la cumbre del G-7 en Bruselas.

Uno de los que se acercaron hasta su stand fue el vicepresidente estadounidense Al Gore. «Vino vestido con una cazadora de cuero y pidió que le enseñaran Terravision –recuerda Schmidt–. Se quedó bastante impresionado». Poco después, las Fuerzas Armadas de Estados Unidos preguntaron si podían comprarlo. Los inventores de Terravision se negaron a hablar con militares. Un canal meteorológico japonés también quiso subirse al carro, pero Telekom frustró el plan, asegura Schmidt.

Los propios creadores de Terravision no se habían parado a pensar demasiado en qué hacer con su proyecto. ¿Era arte sin más? ¿Un regalo desinteresado a la humanidad? ¿O un producto comercial? Lo único que Axel Schmidt y los demás tenían claro es que no querían convertirse en una empresa de verdad, preferían ser una especie de laboratorio del futuro.

¿No seas malvado? En California conocieron a Michael Jones, el desarrollador jefe de SGI, una de las figuras más carismáticas de la escena tecnológica estadounidense.

Tras la caída de SGI, Jones fundó una empresa centrada en la visualización de gráficos tridimensionales que acabaría absorbida por Google. En 2005, ya en colaboración con el buscador, presentó Google Earth. Fue una revolución. ¡El planeta entero flotando en un espacio virtual!

Estaban seguros de que sin su ‘software’, Google Earth no sería posible. Creían que les ofrecerían una compensación millonaria. «Fuimos unos ingenuos»

Y en Berlín los que no daban crédito eran los creadores de Terravision. Habían dejado de trabajar en su prototipo con el cambio de milenio, no encontraban inversores alemanes.

Y Google Earth parecía ser justo eso, el perfeccionamiento de Terravision que siempre habían tenido en mente. Estaban convencidos de que, sin su software, sin el código desarrollado por Schmidt, Google Earth no habría sido posible. Así que le escribieron un amable correo electrónico a Michael Jones recordándole su patente del código para Estados Unidos.

Jones se apresuró a viajar a Berlín. Se habló de cooperación. Schmidt y sus compañeros pensaron que Google les ofrecería contratos con participaciones de la empresa o que les pagarían una compensación por la patente. Dos millones de dólares, quizá más, hasta cinco. «Fuimos unos ingenuos», dice Axel Schmidt. Jones se volvió a Estados Unidos y Google simplemente dejó de dar señales de vida.

Los alemanes reclamaban 700 millones de dólares y se sentían bastante optimistas. En 2014 hubo un cambio de juez. Según los abogados, el nuevo estaba casado con una antigua directiva de Google. En 2017 perdieron definitivamente el caso

La odisea de buscar abogado Encontrar entonces abogados dispuestos a enfrentarse a las grandes tecnológicas resultaba prácticamente imposible. Tras una larga búsqueda, los alemanes contactaron con un despacho de abogados de Texas próximo a los republicanos: como las tecnológicas californianas simpatizaban más con los demócratas, había que buscar ayuda entre sus adversarios.

Durante el juicio, Google presentó a un programador que decía haber desarrollado en los años noventa una especie de simulación terráquea, casualmente llamada TerraVision. Michael Jones (que falleció de cáncer en 2021), por su parte, interpretó delante del jurado el papel de viejo y bienintencionado gurú tecnológico. Negó que hubiera existido alguna vez una relación entre Terravision y Google Earth. Los berlineses se sintieron profundamente decepcionados. Y en 2017 perdieron definitivamente el caso.

El creador oficial. Michael Jones, que murió en 2021, presentó Google Earth en 2005. Aquello parecía ser el perfeccionamiento de Terravision, pero, tras viajar a Berlín y reunirse con Schmidt y Mayer, regresó a Estados Unidos y Google dejó de dar señales de vida.

Axel Schmidt dice que sí, que se está planteando volver a escribir código como en los viejos tiempos. Porque dejó Art+Com hace más de veinte años para entrar en Gate5, una start-up que más tarde pasó a ser propiedad de Nokia, que a su vez se la vendió por varios millones a un consorcio de fabricantes alemanes de coches. Schmidt sigue trabajando en la misma empresa, ahora dedicada a desarrollar programas para coches autónomos bajo el nombre de Here. Los programadores jóvenes son mucho más rápidos, admite, pero «de vez en cuando todavía puedo darles una lección».

El mundo que crearon aquellos jóvenes berlineses se perdió. Pero los expertos en la materia nos aseguran que el código diseñado por Axel Schmidt sigue dando vueltas por el planeta dentro de muchos de los programas de cartografía usados hoy.

Google Earth hoy.

Tags relacionados