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En medio de críticas por su guerra contra las pandillas, Bukele recurre al deporte

Los Juegos le han ofrecido a Bukele una oportunidad de mostrar a un El Salvador más seguro en el mayor evento internacional desde que su gobierno se enfrascó en una guerra total con las pandillas.

El estadio Jorge "El Mágico" González es iluminado durante la ceremonia inaugural de los Juegos Centroamericanos y del Caribe, el 23 de junio de 2023, en San Salvador, El Salvador. (

El estadio Jorge "El Mágico" González es iluminado durante la ceremonia inaugural de los Juegos Centroamericanos y del Caribe, el 23 de junio de 2023, en San Salvador, El Salvador.Arnulfo Franco / AP

El presidente salvadoreño Nayib Bukele se paró ante decenas de miles de estruendosos fanáticos deportivos con un mensaje: No soy un dictador.

“Dicen que vivimos en una dictadura”, declaró Bukele, pero “pregunten a los pasajeros del bus; vayan a un restaurante y pregunten a los comensales, a los meseros. Pregúntenle a quien quieran. Aquí en El Salvador pueden ir a cualquier lugar. Es totalmente seguro… Pregúntenles qué opinan de El Salvador, qué piensan de este gobierno, de la supuesta dictadura”.

En la ceremonia de apertura de los Juegos Centroamericanos y del Caribe de 2023, el comentario fue recibido con un estallido de aplausos, y en algunos sectores del estadio remodelado se coreaba “¡Reelección!”

Los Juegos le han ofrecido a Bukele —el mandatario de 41 años que impulsa la criptomoneda bitcoin y que ha desatado una especie de fervor populista en su nación centroamericana y más allá— una oportunidad de mostrar a un El Salvador más seguro en el mayor evento internacional aquí desde que su gobierno se enfrascó en una guerra total con las pandillas. Pero las competencias también se llevan a cabo en un momento en que Bukele enfrenta acusaciones de violaciones sistemáticas de los derechos humanos por esa misma represión y mientras su gobierno toma medidas para socavar la democracia del país.

A los observadores les preocupa que ciertos eventos, incluidos los Juegos —que atraen a atletas de 35 países de la región— le permitirán a Bukele guardar las apariencias a nivel internacional y mostrar a los votantes que cuenta con el apoyo mundial en su intento de ser reelegido a pesar de que la Constitución prohíbe los periodos presidenciales de más de cinco años.

Llamado con frecuencia “lavado deportivo” —el uso del deporte para desviar la atención de las controversias y mejorar reputaciones en medio de un proceder ilegal—, la táctica ha sido empleada por gobiernos autocráticos de todo el mundo desde hace décadas. Recientemente se le hizo esa acusación al príncipe heredero saudí Mohamed bin Salman por sus inversiones en el golf, el Mundial de fútbol y otros eventos deportivos internacionales.

“Son eventos que dan oxígeno al gobierno para distraer la atención interna de los grandes problemas que tenemos, y mostrarle también al mundo una cara de modernidad”, dijo Eduardo Escobar, director ejecutivo de Acción Ciudadana, un grupo independiente de vigilancia política en El Salvador.

Hace poco más de un año, Bukele anunció que la nación entraría en un estado de emergencia, una medida que suspende los derechos constitucionales en un intento por confrontar la creciente violencia de las pandillas.

Desde entonces, el gobierno ha detenido a 70.000 personas —aproximadamente uno de cada cien salvadoreños—, encarcelándolas con poco acceso al debido proceso. Las autoridades las han etiquetado como pandilleros, aunque sólo el 30% tienen vínculos claros con pandillas, según estimaciones del grupo activista por los derechos humanos Cristosal.

Las medidas han sido recibidas con una avalancha de críticas internacionales, incluido el gobierno del presidente estadounidense Joe Biden.

Al mismo tiempo, el crimen en El Salvador ha caído a mínimos históricos y la aprobación de Bukele se ha disparado, manteniéndose en 90% en junio, según una encuesta de CID Gallup. El “bukeleísmo” ha ganado terreno desde Colombia hasta Guatemala y la República Dominicana, con políticos que buscan imitarlo y sacar provecho de su popularidad.

La reducción de la violencia abrió la puerta para que su gobierno sea anfitrión de eventos, incluidos los Juegos y el próximo concurso de Miss Universo. La ceremonia de apertura de los Juegos hizo alarde del nuevo estatus del país, con coreografías encabezadas por la voz de un robot con inteligencia artificial y una actuación del DJ estadounidense Marshmello.

Para Sel Ramírez, un salvadoreño que lleva décadas dividiendo su tiempo entre su país y Estados Unidos tras huir de la guerra civil de la década de 1990, fue como ver un país completamente nuevo. Él es uno de los muchos aquí que comparte el fervor por Bukele, y ocasionalmente incluso se viste como el presidente y camina por el centro de la ciudad.

Después del discurso de apertura de Bukele, Ramírez se paró afuera del estadio con una multitud que aguardaba la salida del mandatario. Sin embargo, a unos pasos había soldados fuertemente armados y vehículos blindados negros con ametralladoras en el toldo.

“Me pregunto si me dará su autógrafo”, caviló Ramírez, con los ojos pegados a la puerta por la que después partiría el presidente.

Mientras la multitud esperaba, el ministro de Defensa, René Merino, salió entre vítores. “El Salvador es un país en paz”, dijo a The Associated Press. “Estamos abiertos al mundo”. Cuando la AP le preguntó acerca de los encarcelados, respondió “no” y se alejó.

Antes de los Juegos, el gobierno de Bukele recortó el 70% de los cargos de elección popular, reduciendo el número de escaños en el Congreso y en los gobiernos locales. El presidente dijo que los recortes mejorarían la eficiencia y ayudarían a combatir la corrupción, las mismas razones dadas para desmantelar los tribunales de El Salvador en 2021.

Expertos jurídicos y otros políticos salvadoreños dicen que estos son sólo los pasos más recientes de una lucha para consolidar el poder antes de las elecciones de febrero.

“Es típico de los gobiernos autocráticos”, dijo René Hernández Valiente, ex primer magistrado de la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia del país. “Están borrando la filosofía de nuestra Constitución”.

La medida aumentará el control que tiene Bukele del Congreso en un 22%, según estimaciones del grupo de vigilancia Acción Ciudadana. Otros candidatos dijeron a la AP que los metió en un apuro al cambiar las reglas meses antes de la votación.

El partido de Bukele, Nuevas Ideas, hizo el anuncio en Twitter de que buscaría la reelección días después de iniciados los Juegos. Fue un movimiento anticipado pero controvertido. En el tuit publicado a la 1 de la madrugada el partido se declaró “invencible”.

En los días siguientes, la cuenta de Twitter de Bukele —su medio de comunicación preferido, y un sitio donde alguna vez se describió a sí mismo como “el dictador más cool del mundo”— difundió videos de partidos de fútbol, fotos de surfistas bronceados y videos cortos de su discurso inaugural. Publicó poco sobre su campaña de reelección.

El auge de las redes sociales ha hecho que a los gobernantes les sea más difícil presentar grandes eventos deportivos como algo apolítico, pero el lavado deportivo generalmente funciona porque estos eventos son muy visibles y se les considera una distracción de los problemas diarios y de la política, dijo Alan McDougall, historiador deportivo de la Universidad de Guelph, en Canadá.

“Organizar con éxito un evento internacional puede darle confianza a un régimen como para actuar con impunidad. El deporte es un poco un atajo para ganarte, no tanto popularidad, sino sólo aceptación”, agregó McDougall, quien señala que el uso del deporte como herramienta política se remonta a la década de 1930, cuando la Italia de Mussolini fue anfitriona de la Copa Mundial de futbol y los Juegos Olímpicos se llevaron a cabo en la Alemania nazi.

Y mientras muchos en El Salvador celebran una nueva realidad marcada por estadios estruendosos y fuegos artificiales, quienes sufren en medio de la represión de Bukele se sienten olvidados por el resto de su país.

Entre ellos se encuentra la activista y líder sindical Ingrid Escobar, de 40 años. Cuando salió de su casa un día a finales de junio con sus dos hijos para hacer compras, vio a hombres que esperaban afuera en una camioneta gris que los criminólogos identificaron más tarde como una utilizada por las fuerzas de seguridad del gobierno. Verlos se ha convertido en algo usual en los últimos tres meses. El miedo también se ha vuelto algo cotidiano.

Sindicatos, grupos defensores de los derechos humanos, políticos de oposición, investigadores y periodistas han dicho que, a medida que el ciclo electoral se caldea, el gobierno de Bukele ha intensificado las tácticas de intimidación. Un sindicato de trabajadores del gobierno dice que al menos 15 organizadores han sido detenidos, acusados de desorden público y vínculos con pandillas. Aproximadamente la mitad siguen encarcelados, según el sindicato.

“El miedo que tenemos es que en cualquier momento seamos nosotros, incluso los capturados, sin tener nada que deberle a la justicia”, dijo Escobar. “Pero sólo por el hecho de denunciar, de ser la voz de las personas que tienen miedo a hablar”.

Bukele ha dicho que abrirá una nueva prisión “para los corruptos”, una etiqueta que suele usar para sus opositores. A Escobar le preocupa que eso pueda significar ella. Dijo que ha recibido amenazas de muerte en redes sociales. Ahora usa vehículos diferentes, toma rutas distintas para ir al trabajo. Teme por sus hijos y trata de protegerlos.

Esa mañana tomó una foto de la matrícula de la camioneta y se la envió a un colega. Sus hijos preguntaron por qué, y ella respondió con una mentirilla: “Ah, porque me gusta el auto”.

A kilómetros de distancia, los gimnastas dieron volteretas ante los jueces, los nadadores se lanzaron desde las plataformas de salida y los corredores saltaron obstáculos en el mismo estadio donde Bukele pronunció su discurso.

Pocos sabían sobre los cambios radicales que el mandatario está haciendo a su alrededor, o de los temores de la gente ordinaria como Escobar.

“He escuchado un poco”, dijo Francisco Acuña, un gimnasta de Costa Rica de 23 años. “Pero no me meto mucho en la política”.