Las Mundiales

Hubo una vez en que en las Olimpiadas daban medallas al arte y la literatura

Hoy en día, todos nos hemos olvidado del asunto. Todos, o casi: Louis Chevallier, autor del libro Les “Finalmente, un último elemento: la belleza, a través de la participación en los Juegos, de las Artes y el Pensamiento. ¿Acaso podemos celebrar la fiesta de la primavera humana sin invitar al Espíritu?”, expresaba en 1935 Pierre de Coubertin al definir su concepción filosófica de los Juegos Olímpicos modernos.

Un ciclista es visto en una prueba en el nuevo velódromo, la última instalación en ser entregada para las Olimpiadas de Río de Janeiro, el domingo, 26 de junio del 2016. (Foto AP/Silvia Izquierdo)

Hoy en día, todos nos hemos olvidado del asunto. Todos, o casi: Louis Chevallier, autor del libro Les “Finalmente, un último elemento: la belleza, a través de la participación en los Juegos, de las Artes y el Pensamiento. 

¿Acaso podemos celebrar la fiesta de la primavera humana sin invitar al Espíritu?”, expresaba en 1935 Pierre de Coubertin al definir su concepción filosófica de los Juegos Olímpicos modernos.

“No cabe duda de que el Espíritu domina; el músculo debe seguir siendo su vasallo, pero a condición de que se trate de las formas más elevadas de la creación artística y literaria y no de esas formas inferiores a las que una licencia cada vez mayor ha permitido multiplicarse hoy, en gran detrimento de la Civilización, de la verdad y la dignidad humanas y de las relaciones internacionales”, proseguía Coubertin.

Pruebas inspiradas en el deporte

El hecho es que, entre 1912 y 1948, hubo pruebas de literatura, pintura, escultura, arquitectura y música, eso sí, inspiradas en el deporte. Las pruebas fueron evolucionando, y el número de participantes en busca de una medalla de oro fue creciendo.

Jeux Olympiques de littérature (Los Juegos Olímpicos de literatura, editorial Grasset), recuerda en RFI que “Coubertin no veía los Juegos Olímpicos como meras pruebas atléticas, sino que quería convertirlos en algo sagrado, al estilo de la Antigüedad, y para él era esencial implicar a escritores y artistas”. Si bien Coubertin era campeón de tiro, también procuraba escribir.

En su libro, Chevallier habla sobre todo de los Juegos Olímpicos de París 1924, cuando “se decidió hacer las cosas extremadamente bien y, por ello, reclutar a jurados de gran prestigio para todos los concursos”. Por ejemplo, para las pruebas literarias, estaban Jean Giraudoux, Paul Claudel, Gabriele d'Annunzio, Paul Valéry, Edith Wharton, los premios Nobel Maurice Maeterlinck y Selma Lagerlöf... Entre los competidores se encontraban los jóvenes Henry de Montherlant y Robert Graves.

Campaña contra las artes

Muchos artistas veían estas pruebas con desconfianza, por miedo a dañar su reputación, o porque tenían que ser de temática deportiva. Aun así, el público disfrutó de las obras de arte durante varios años. 

En 1928, el escultor francés Paul Landowski se llevó la medalla de oro con “El boxeador”, el luxemburgués Jean Jacoby ganó el oro por segunda vez en pintura y derivados, y el arquitecto neerlandés Jan Wils se llevó el oro por su estadio olímpico de Ámsterdam. 

Y cuando ninguna obra se merecía el oro, se otorgaba únicamente plata y/o bronce, como en Los Ángeles en 1932, cuando el compositor y violinista checoslovaco Josef Suk se encontró solo en el podio con una medalla de plata por su obra “Towards a New Life” (“Hacia una nueva vida”).

En 1940 y 1944, los Juegos Olímpicos se suspendieron cuando casi todos los países participantes se vieron envueltos en la Segunda Guerra Mundial. A su regreso, las pruebas artísticas se enfrentaron a un problema mayor: la obsesión del nuevo presidente del COI, Avery Brundage, por el amateurismo absoluto y sin peso del dinero, según explica en el Smithsonian Magazine Richard Stanton, autor de The Forgotten Olympic Art Competitions (Las olvidadas competiciones olímpicas de arte).

Debido a que los artistas dependen de la venta de su trabajo para ganarse la vida, y a que ganar una medalla olímpica podría servir de publicidad, Brundage, a pesar de haber participado con una obra literaria en los Juegos de 1932, lideró una campaña contra las artes después de 1948.

Tras un acalorado debate, se decidió que los concursos de arte dejarían de existir. Fueron reemplazados por una exhibición no competitiva que se llevaría a cabo durante los Juegos, conocida como la Olimpiada Cultural. Las 151 medallas que se habían otorgado fueron eliminadas oficialmente del récord olímpico y actualmente no cuentan para el medallero de los países.