¿En qué se parecen Napoleón y Ridley Scott?
A sus ochenta y seis años el cineasta británico Ridley Scott tiene tanta o más energía que las exhibídas por Napoleón Bonaparte en sus batallas. Scott es uno de los directores de cine más versátiles de los últimos tiempos, dispuesto a acometer grandes épicas de carácter histórico, cine futurista y hasta de terror en el espacio. Su cine casi nunca provoca indiferencia. En eso se parece al último personaje histórico que ha llevado al cine.
Desde el estreno de Napoleón, un biopic de algo más de dos horas y media de duración, no han faltado las críticas más duras y también los elogios por un filme de grandes proporciones que se rodó en tan solo 61 días. Se trata de un proyecto que Scott tenía en mente desde hace años, pero, por tratarse de un personaje tan abarcador como el líder de origen corso, encontró muchos obstáculos en el camino. Uno de ellos, la propia elaboración de un guion que comprendiera la abultada vida del militar y político que pasó por la Revolución Francesa, lideró el alumbramiento de la República y fue emperador de los franceses ininterrumpidamente de 1804 a 1814. Entre medias estuvo al frente de grandes batallas y como jefe de Estado impulsó reformas liberales que perduran hasta hoy. Tanta actividad no le impidió protagonizar una tormentosa historia de amor con su esposa Josefina. El reto de Scott era considerable, pero eso lo hacía más atractivo para un director que llevó con éxito a la gran pantalla Gladiator, sobre la Roma Antigua, una mega producción que ganó cinco estatuillas Oscar en 2001.
Más de un crítico e historiadores franceses han puesto el grito en el cielo (¡Mon Dieu!) ante esta versión condensada de la azarosa vida de Napoleón. Han acusado a Scott de “superficial”, de “antifrancés y pro británico” y de no ceñirse a los hechos históricos. A lo que el director británico ha respondido con más ironía que enfado. Scott insiste en que no ha pretendido dar una lección de historia y –teniendo en cuenta que hay más de mil biografías sobre el personaje en cuestión– se ha centrado en lo que más le interesaba y le llamaba la atención: la relación de codependencia de Napoleón y Josefina con ribetes de alto voltaje sexual, así como las habilidades de estratega del militar quien, a juicio de Scott, poseía una gran intuición, elemento clave en el campo de batalla. Para el trasfondo amoroso se apoyó en las cartas, algunas muy encendidas, de la pareja y las escenas de las campañas militares las recreó (con licencia para la ficción) como verdaderos ballets sangrientos que antes dibujó, porque Scott tiene formación pictórica. En su juventud fue nada menos que discípulo del gran Lucien Freud y basta ver Alien, un clásico del género del terror, para admirar sus diseños. Algo que también asombra en la bellísima Blade Runner, un universo futurista que hasta el día de hoy es considerado uno de los grandes logros del cine, aunque cuando se estrenó en 1982 no fue muy bien recibida.
En general, la crítica más ortodoxa ha hecho pocas concesiones a la última producción de Scott. Hay quien ha dicho que su película sólo es apta para los desconocedores de la historia a fondo de Napoleón. Me incluyo en esta categoría de público con conocimientos someros sobre el célebre militar de origen italiano. Me enganchó el biopic y las escenificaciones de las batallas (sobre todo las de Tolón, Austerlitz y Waterloo) me parecieron sobrecogedoras. En efecto, la película no es una lección de historia, pero se aprende algo de historia al verla. A la hora de dirigir, Ridley Scott conserva el nervio y la viveza de su más lograda filmografía. Ya cerca de los noventa y embarcado en otros proyectos como una secuela de Gladiator, no esquiva el riesgo y se guía por la intuición. En eso es igual a Napoleón.