manos de hÉroes
Entidad ofrece prótesis manuales en Uruguay
“No quería que la vieran porque no podía agarrar el tenedor con una sola mano. Tampoco cortar la carne, a veces la agarraba con sus manos”, dijo la madre.
“Lo primero que hice con mis manos nuevas fue dibujar un gatito”, contó Mía Rodríguez mientras se colocaba las prótesis y mostraba el movimiento de agarre que ahora puede realizar.
Mía recibió prótesis de la fundación uruguaya Manos de Héroes que diseña e imprime manos y brazos con tecnología 3D para niños y adultos de todo el país.
Desde 2020 la fundación entregó más de 100 prótesis gratuitas, la mayoría destinadas a familias que provienen de contextos vulnerables.
“Ahora puedo agarrar el lápiz con una sola mano. Antes lo tenía que hacer con las dos manos porque no me cierra el puño”, explicó la niña, de 11 años.
A su lado, su madre Ana Van López la observaba emocionada. Los dedos de su hija no alcanzaron a desarrollarse por completo y sin las prótesis no consigue agarrar objetos.
La mujer, de 28 años, vive con su pareja y sus cuatro hijos en una fábrica abandonada en una zona de asentamientos en Salinas Norte, a unos 40 kilómetros de Montevideo, y sus ingresos provienen de trabajos informales, como juntar y vender piñas y leña. La familia tiene un ingreso de unos 8.000 pesos por mes, unos 200 dólares. “Con los fríos que se están viniendo empezamos a hacer carritos de leña”, describió la madre de Mía.
“Estoy muy agradecida, yo pensaba que mi hija era la única con este problema, nunca me había cruzado con alguien igual en el hospital o en la calle. Para nosotros es muy difícil”, dijo Van López, quien está procurando obtener una prestación estatal por discapacidad para la niña equivalente a un poco más de 15.000 pesos al mes, unos 380 dólares. Además, reciben un monto similar de apoyo estatal, comentó.
Casi el 16% de la población uruguaya registra algún nivel de discapacidad, la mayoría leve, de acuerdo con el censo oficial del Instituto Nacional de Estadística de 2011.
Mía se toma unos segundos para mostrar cómo utiliza las prótesis que le dieron la semana pasada. Las suyas se mueven con hilos que se tensan a partir del movimiento de su muñeca. Son violetas, con detalles rosados “porque combinan” y con calcos de unicornios. Otros niños prefieren los colores de su club de fútbol favorito o que se parezcan a las manos de algún superhéroe.
Las prótesis pueden ser mecánicas o electrónicas. Se colocan en las manos, el antebrazo, el codo o el hombro, de acuerdo con las necesidades de cada persona. Diseñar una mano, imprimirla y armarla lleva un par de semanas, explicó Andrea Cukerman, ingeniera eléctrica y fundadora y directora de Manos de Héroes.
Las prótesis son gratuitas y la fundación se financia con aportes de empresas privadas y donaciones. En Europa, una mano biónica con una tecnología mucho más avanzada puede llegar a costar 100,000 dólares, precisó la fundación.
Empezar la escuela primaria para Mía fue complejo, era un universo más grande que el jardín de infantes y por momentos hostil. “La miraban y más de una vez se rieron de ella”, contó su madre.
La niña no quería comer con los demás alumnos y pedía almorzar sola en la cocina. “No quería que la vieran porque no podía agarrar el tenedor con una sola mano. Tampoco cortar la carne, a veces la agarraba con sus manos”, recordó su madre.
Este año una de sus compañeras llegó a la escuela sin el tanque de oxígeno que solía llevar tras iniciar un tratamiento médico. Ese fue un punto de quiebre. “Mía de pronto se sintió sola, dijo que para ella no había solución”, relató Luz Álvez, la maestra que contactó a la fundación, recordando a esa niña retraída con las manos siempre escondidas en los bolsillos del guardapolvo.
Como la familia no suele trasladarse al centro de Montevideo, el día de la prueba de las prótesis la maestra los llevó en su automóvil. “No habló casi una palabra”, recordó la docente. “Yo estaba nerviosa. No sabía si me las iba a poder quedar”, añadió Mía.
“Lo primero que hizo fue abrazarme. La noté muy emocionada”, dijo Cukerman mientras mostraba las prótesis que estaba imprimiendo en el momento de la entrevista: los brazos de un adulto que tuvo un accidente.
En una de las paredes de la oficina hay un cuadro con fotos de niños y adultos que han recibido prótesis. “La idea es que no se sientan solos”, explicó. Las imágenes muestran a niños haciendo poses con manos y brazos de colores vibrantes -naranja, verde- o como las del Hombre Araña. Las de los adultos lucen más discretas, la mayoría imitan el color y los detalles de la piel.
El día de la prueba Mía se quedó mirando todo. “Le mostramos las manos, se le iluminó la cara, los ojitos grandes, casi no hablaba”, rememoró Cukerman.
Le explicaron cómo funcionaban las prótesis, qué movimiento tenía que hacer para abrir y cerrar el puño y le advirtieron que quizás habría que hacer algún ajuste. Mía se calzó las manos, se tocó una con la otra y empezó a probar movimientos. “Fueron unos segundos, le quedaron perfectas”, relató su madre. Primero dibujó y más tarde, ya en la escuela, probó con un vaso y tomó agua.
acciones cotidianas
Ahora está explorando las posibilidades que le dan sus prótesis, como escribir y agarrar el tenedor y la cuchara con una sola mano. Cortar con el cuchillo es más complejo y todavía no se animó a atarse los cordones. Y aunque reconoció que le era más fácil escribir sin las prótesis, afirmó que “ahora escribo más lento pero con una sola mano”.
Mía no suele usar las prótesis en su casa. En la fundación explicaron que esto es habitual y que el objetivo no es recuperar la motricidad total o sustituir completamente la mano o el brazo perdido. “Buscamos devolverles la confianza. Muchos en la medicina dicen que no necesitan las prótesis, capaz que en algunos casos a nivel funcional no siempre lo necesitan, pero se olvidan de lo emocional”, afirmó Cukerman.
En el caso de Mía eran una necesidad evidente. Al salir de la fundación con las prótesis puestas saludaba con gesto de reina en su viaje de regreso a casa. “Tenía ganas de ir a la escuela, fue una fiesta”, dijo la maestra.