El no saber, la tortura para decenas de familias de dominicanos desaparecidos
Raiza se afana en pintar una figurita navideña. Así se evade de la ausencia de su hijo Marino, desaparecido el 7 de octubre. Además, la venta de esas manualidades sufraga la búsqueda del joven, de 20 años, que realiza con sus propios medios, igual que decenas de familias dominicanas que viven un calvario por la falta inexplicable de un ser querido.
Alexander, Erick, Jorge, José Antonio, Kendry, Londi, Yilin, Amber, Yeison Fulgencio, Roberto… son solo algunos nombres de una larga lista de personas en paradero desconocido que, según datos de la Procuraduría General de la República, entre enero y septiembre ascienden a 221. Únicamente en octubre, de acuerdo con pesquisas de los allegados, hay una veintena de casos.
La sociedad, igual que Raiza, se pregunta "¿qué es lo que está pasando en el país? ¿tantos desaparecidos en tan poco tiempo?".
FALTA DE RECURSOS
Todos los afectados con los que EFE ha contactado tienen la misma queja: la Policía tiene voluntad, pero carece de recursos y personal para seguir la pista de los desaparecidos.
A Marino “empezamos a buscarlo esa misma noche”, explica Raiza. Han peregrinado por destacamentos policiales, hospitales, iglesias y parques de varias poblaciones, han visitado establecimientos cuyas cámaras de seguridad pudieran aportar alguna pista y han colgado carteles por todas partes.
Para esta madre coraje, “el problema es la lentitud con la que se está investigando porque hay muy pocas personas. Los desaparecidos son demasiados, esa gente está trabajando a manos peladas” y los familiares “estamos haciendo lo que las autoridades tienen que hacer con nuestros propios recursos”.
“No estamos mendigando, lo que estamos pidiendo son recursos para que nos ayuden a buscar a nuestros familiares desaparecidos y que alguien dé respuesta porque no aparecen ni vivos ni muertos. Algo está sucediendo, y el Gobierno mudo”.
Una inacción y falta de respuesta que también padece María Mercedes, madre de Manuel Antonio Marte, Tony, desaparecido el 16 de septiembre. Cumplió 22 años ya en paradero desconocido.
Salió de la residencia familiar para hacer ejercicio y no regresó. “Esa noche amanecimos buscando en todos los hospitales, los destacamentos, pero no encontramos nada, hasta el día de hoy no sabemos nada”, mientras pasa el tiempo a la espera de obtener permisos para analizar unas pruebas que pueden ser cruciales.
Tres días después de la desaparición, hallaron su vehículo en una zona que nunca frecuentaba, el kilómetro 12 de la autopista Las Américas. Dentro estaba su teléfono, encendido y con carga, pero los investigadores deben aguardar a que la magistrada asignada autorice su análisis, el de una laptop y las huellas dactilares del automóvil.
Tampoco se ha concedido la revisión de cámaras de seguridad. Ha transcurrido un mes y medio y "yo no tengo nada. Se han perdido todas las cámaras, ¿adónde ellos van a encontrar a mi hijo?”, se lamenta y se pregunta si la responsable de aprobar esos procedimientos “se imagina el dolor que uno tiene al perder un hijo".
Algo más de atención ha recibido el caso de Jesús Cuevas, de 30 años, desaparecido el 6 de octubre. Su hermano Ariel es consciente de que son más afortunados que otras familias con menos recursos y escaso acceso a los medios y las redes sociales.
Aunque las autoridades han cooperado bastante, la familia busca a Jesús con sus medios, igual que el resto, una situación que lo apena: “Para el país entero, que son 10 millones de habitantes, solo son diez personas (agentes) para tantos casos. Todos los días desaparecen una o dos personas en el país, lo cual es alarmante”.
RUMORES E HIPÓTESIS
Ante la falta de avances tangibles en las investigaciones y sin que haya mediado la exigencia de rescate alguno, van surgiendo distintas hipótesis: trata de personas, de órganos, persecución del colectivo LGTBI... Nada se confirma ni se desmiente.
Raiza ve puntos de coincidencia entre los desaparecidos: “Personas jóvenes, sanas, profesionales, bachilleres… es como que hubiera un tipo de selección. No se están perdiendo indigentes o los que no tienen a nadie”.
El no saber es “un infierno que no se lo deseo a nadie". "Cada vez que vuelvo a la casa y veo la cama de mi hijo vacía…”. A Raiza se le quiebra la voz. Pero la esperanza es lo último que se pierde: “Estoy buscando a mi hijo vivo. Mi hijo está vivo. Yo sé que está vivo”.
María Mercedes describe esta situación como “un infierno”. “Él era… digo es, porque para mí mi hijo está vivo, es una parte muy importante de esta casa. Es mi único hijo varón y el más chiquito. Imagine usted cómo estamos aquí”.
Ariel cuenta que su madre lo primero que hace al levantarse es sentarse o arrodillarse a rezar, "el otro día la vi llorando muy, muy fuerte… se me rompió el corazón”. Pero, pese al dolor, tiene un buen pálpito y cree que Jesús está vivo.