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Drones y tradiciones en la escuela de los criadores de renos

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Sam KINGSLEY y Elias HUUHTANENNuorgam, Finlandia | AFP

Con los faros de su camioneta encendidos en la penumbra ártica, Suvi Kustula arroja sobre la nieve gavillas de líquenes a su manada de renos de pelaje gris-marrón, en este rincón perdido al norte de Finlandia.

A pesar del calentamiento global que amenaza el futuro de la ganadería ancestral de los sami, último pueblo indígena de Europa, sangre nueva irriga la profesión multicentenaria.

"Tenía solo unos meses cuando di de comer a un reno por primera vez", cuenta a la AFP la joven de 24 años, que "desde siempre" supo que haría el mismo trabajo que su padre y su abuelo.

"Estuve una semana y media en la ciudad antes de matricularme en la escuela de cría de renos. Es un modo de vida, el reno ante todo", confiesa la criadora en el frío mordaz del invierno boreal.

Hace veinte años, la cría de carne y pieles era muy popular en Laponia, el inmenso territorio de bosques y tundra del norte de Noruega, Suecia, Finlandia y la península rusa de Kola.

Hoy, casi una cuarta parte de los 4.000 ganaderos finlandeses tienen menos de 25 años, y cada vez más jóvenes eligen quedarse en el país o incluso volver a él.

"La gente aprendió a apreciar mejor la libertad, la naturaleza y las tradiciones. Aunque no haya mucho dinero en juego", explica Anne Ollila, directora de la asociación finlandesa de criadores de renos.

Después de siglos marcados por las humillaciones de los colonizadores, los jóvenes recuperaron el orgullo. "Generaciones anteriores se avergonzaron de ser sami. Pero creo que hoy los que eligen la cría de renos están muy orgullosos de hacerlo", subraya.

Muchos jóvenes siguen una herencia familiar o se casan con miembros de una familia de criadores de renos.

Es el caso de la familia Lansman, que vive aquí, muy cerca de la frontera entre Finlandia y Noruega.

- Drones y helicópteros -

A finales de noviembre, cuando el sol se oculta por última vez por un período de siete semanas, Anna Nakkalajarvi-Lansman y sus hijos van en quad hasta el corral donde viven los dos renos de sus hijos.

"El más claro es el mío, se llama +Cuerno dorado+", explica Antti Iisko, de seis años, dando líquenes a los animales.

También él quiere convertirse en ganadero más tarde, mientras que su hermana mayor Anni Sivia, de siete años, se proyecta como veterinaria.

"Nuestra rutina diaria depende de la temporada y de si hay que ayudar con los animales", explica su madre, una músico sami.

El período en que hay más trabajo es la "reunión" de otoño, cuando los renos que van a ser sacrificados son separados del rebaño.

La escuela de los niños se reubica entonces en el lugar, pues "es vital que los niños crezcan inmersos en la cultura de la cría de renos", explica Anna.

A dos horas de distancia, el padre, Asko Lansman, pasó los dos últimos días en el taller de envasado de carne.

La demanda se dispara, dice, delante de un montón de cartones que contienen carne envasada al vacío, listos para ser enviados a toda Finlandia.

"Deseo que mis hijos continúen con mi trabajo, como me imagino lo deseó mi padre cuando yo era niño", confiesa.

El oficio cambió mucho gracias a los quads, drones e incluso helicópteros que facilitan las cosas para reunir a los renos.

Pero con el clima que se calienta al menos tres veces más rápido en el Ártico que en el resto del planeta, el futuro es incierto.

En todo Laponia, los inviernos más cortos pueden convertir la nieve en hielo, haciendo que el liquen o los puntos de agua sean inaccesibles para los animales, explica Asko.

Los proyectos mineros y energéticos también afectan a los pastizales.

"Cuanto más cambie el uso de la tierra, menos espacio tendremos para nuestros renos", comenta preocupada Suvi Kustula. "Confío en el futuro", insiste, "pero el gobierno debería escucharnos más".